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Luego que la pase por la canal expresada, orzará á arrimarse á la punta del N que forma la boca del rio, así por tomar del mismo bordo el fondeadero, como por dar resguardo á un bajo chiquito que se halla á sotavento.

También pensó, como él dice, que muchos, llevados de la atención que piden las hazañas de don Quijote, no la darían a las novelas, y pasarían por ellas, o con priesa o con enfado, sin advertir la gala y artificio que en contienen, el cual se mostrara bien al descubierto cuando, por solas, sin arrimarse a las locuras de don Quijote ni a las sandeces de Sancho, salieran a luz.

Cuando dejó puesto el par, unos aplaudieron en el vasto graderío y otros increparon al banderillero con tono zumbón, aludiendo a sus ideas. ¡Menos política y «arrimarse» más! Y el Nacional, engañado por la distancia, al oír estos gritos contestaba sonriendo, como su maestro: Muchas grasias, muchas grasias.

Ni menos fué por aborrecimiento que tuviesen á la casa de Aragon, y amor á la de Francia, sino que quiso arrimarse por entonces al príncipe menos poderoso, para con mas facilidad apartarse de él cuando sus cosas llegasen al estado en que esperaba verse.

Nunca creía el público que estaba bastante cerca del toro. «¡Hay que arrimarse más!» Y cuando él, dominando con un esfuerzo de voluntad su organismo, que tendía a rehuir el peligro, conseguía matar un toro como en otros tiempos, la ovación no era igualmente ruidosa. Parecía haberse roto la corriente de entusiasmo que le unía antes con el público.

Los hombres son muy caprichosos dijo en tono de filosofía Mauricia la Dura , y cuando la tienen a una a su disposición, no le hacen más caso que a un trasto viejo; pero si una habla con otro, ya el de antes quiere arrimarse, por el aquel de la golosina que otro se lleva.

Tenía diez y nueve años, precisamente la edad, entonces, en que sentándole á uno mal los juegos y entretenimientos de los muchachos, no podía, sin embargo, entrar en la esfera de acción de los hombres; y así, sin saber á qué zona arrimarse, porque en ambas estorbaba, le aquejaba cada pesadumbre que le partía.

Salió a la calle aturdida, quebrantada. Tuvo que arrimarse a la pared de la casa para no caer. Los horrores y monstruosidades que le había vomitado el ama del excusador seguían sonándole como martillazos en los oídos. Hubo un instante en que creyó perder el sentido; pero del fondo de su ser salió un grito rabioso, un grito de venganza que le mandó tenerse firme.

¿Y no dijo vuesa merced alguna oración al entrar a la tablajería o al arrimarse a la mesa? preguntole el paje, continuando la plática que traían desde el portal. Deja eso, Pablillos, que no es tiempo ahora de pensar en lo que hice o no hice.

Durante toda la noche, este propósito pareció flotar sobre la laguna negra de su sueño. ¡Había que arrimarse! Y a la mañana siguiente, la resolución firmísima persistió en su pensamiento. Se arrimaría, asombrando al público con sus audacias. Era tal su ánimo, que marchó a la plaza sin las inquietudes supersticiosas de otras veces.