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El blanco centauro de las llanuras, con su poncho, su facón y sus grandes espuelas, resultaba tan peligroso como el jinete cobrizo de larga lanza. Manzanares había sido dependiente en un boliche aislado sirviendo vasos de caña a través de una fuerte reja que resguardaba el mostrador de las manos ávidas y los golpes de cuchillo de los parroquianos.

En la escena siguiente vemos un jardín en Madrid, y en él una fuente con su saltador, adornada con la estatua del Amor. Razonte, fatigado del viaje, duerme á los pies de la estatua, excitándole en sueños el Dios á que se encamine á un lugar solitario á orillas del Manzanares, y oiga los consejos de un piadoso ermitaño que lo habita.

Ese librote es, como el abanico, como la sombrilla, como la tarjeta, un mueble enteramente de uso de señora, y una elegante sin álbum sería ya en el día un cuerpo sin alma, un río sin agua, en una palabra, una especie de Manzanares.

Manzanares, que escuchaba con un orgullo de clase el relato de su amigo, miró luego a Maltrana. Aprenda usted, joven. En el mundo existen hombres de mérito aunque no hayan escrito en los papeles. Ahí tiene el ejemplo en don Antonio Goycochea. Entró en Buenos Aires con peseta y media, y hoy tiene ocho millones de pesos... tal vez diez... tal vez doce. Goycochea le interrumpió modestamente.

Ya todo ha bajado al Prado dijo el Cojuelo , y no hay nada que ver en ella; tome vuesa merced su espejo; que otro día le enseñaremos en él el río de Manzanares , que se llama río porque se ríe de los que van a bañarse en él, no teniendo agua; que solamente tiene regada la arena, y pasa el verano de noche , como río navarrisco , siendo el más merendado y cenado de cuantos ríos hay en el mundo.

Saludo el heroísmo majestuoso de la vieja guardia. Y sin prestar atención a la palabra risueña pero un tanto fuerte con que la exuberante madama contestaba a su saludo, Isidro se apresuró a huir tras de Manzanares, que se había despegado del grupo. Empezaba el concierto matinal en la terraza del café. Circulaban los camareros con grandes bandejas cargadas de sándwichs y tazas de caldo.

Era el que más le ofendía cada vez que intentaba darle buenos consejos. «Ustedes los periodistas, que son medio locos...» «Usted, que no hará nada en América porque es escritor...» Manzanares admiraba la brutalidad como la más grande de las facultades, y se hacía lenguas de un gobernante cuando amenazaba con perseguir a «la canalla popular».

Lo mismo ella que su tía se pasmaron de ver en el semblante del joven una alegría inusitada, Los ojos le brillaban, y hasta en la manera de saludar a D. Francisco advirtieron algo extraño, que las llenó de alarma. «Hola, D. Paco; yo bien, ¿y usted?... Y doña Silvia y Rufinita, ¿siguen tomando los baños del Manzanares?». Este lenguaje tan confianzudo, era lo más contrario al temperamento y a la timidez de Maxi.

Gobernador, alcaldes, concejales, inspectores y guindillas, tuvieron que huir vergonzosamente ante las amazonas del Manzanares. Apaleaban a los agentes, herían a los guardias, silbaban a los clérigos, ordenaban cierre de tiendas, y recorrían la capital en son de guerra, gritando: «¡Muera el alcalde! ¡Abajo los ladronesEn la calle de Atocha sufrieron una carga de caballería.

No sea loco; no haga juicios temerarios. Deje en paz a las personas tranquilas. Pero Manzanares decía esto con un tono de mansa protesta, brillando al mismo tiempo en sus ojos cierta satisfacción.