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Por Dios, Sr. de Santorcaz decía la vieja , no grite usted ni hable tales cosas donde le puedan oír. Mi marido y yo, que ya le conocemos de antes, no nos espantamos de sus extravagancias; pero, ¡ay!, la vecindad de esta casa es muy entremetida, muy enredadora, y no se ocupa más que de chismes y trampantojos.

Hace algunos meses me aficioné de nuevo a la coquetería; amábame uno, y yo también le amaba. Entonces fué cuando descubrí la verdad: no era ya tan bella. Evidentemente, con los trampantojos ordinarios de la toaleta todavía causaba cierto efecto a la luz artificial. De regreso en mi casa, hallábame cara a cara con la verdad.

Suponiendo esto, bien puede suponerse que este hombre es caudillo de un apretado escuadrón de sumisos mesnaderos, que entran en las batallas que hoy se usan como un rebaño de borregos; o que tiene arte diabólico para manejar los cubiletes y trampantojos de esa farsa, a su completo gusto; o que si no tiene nada de ello, sabe buscarlo por cualquier camino, y que sabe, además, el valor que esas habilidades representan en el derecho flamante, y la manera de negociarlas.

Discurriendo así, Rosalía se admiraba a misma, quiero decir que admiraba a la Rosalía de la época anterior a los trampantojos que a la sazón la traían tan desconcertada; y si por una parte no podía ver sin cierto rubor lo cursi que era en dicha época, por otra se enorgullecía de verse tan honrada y tan conforme con su vida miserable.

Parecen haberse escapado de las láminas de un periódico chic; esbeltas y elegantes como las artistas de los teatros de París que lanzan la última moda; pero menos... etéreas, más sólidas, mejor nutridas, sin trampantojos ni mentiras en su construcción como hijas de un pueblo joven que tiene su suerte confiada a los flancos de la mujer... Y en las demás mesas, ¡qué de cabezas rubias!... Las grandes damas de la opereta han sacado lo mejor de su vestuario teatral.

Bajad; daros he el libro, y mirad que estos mozos de mulas son el mismo diablo, y hacen trampantojos un celemín de cebada con menos conciencia que si fuese de paja.

Recordaba lo que le sucediera a Santa Teresa, y se propuso con el ejemplo no despreciar por ridículas ciertas menudencias, señales de una conciencia siempre alerta, ni considerar como deslumbramientos y trampantojos los que muy bien podrían ser favores reales del Cielo. Lo que más le impresionó en la piedad de su nueva penitenta fue el afán de mortificarse.

Yo tengo derecho a permitirme estas libertades por la amistad que les tengo a los dos, y porque ha tiempo que les vengo aconsejando se decidan a dejar a un lado los misterios, secreticos y trampantojos que a nada conducen, señor, y que por lo general suelen redundar en desdoro de la persona.