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Franz Nissen era un hombre muy serio; gobernaba siguiendo el rumbo con una precisión admirable; sólo cuando las olas ofrecían peligro por su magnitud, se ocupaba de ellas. La brújula estaba delante de la toldilla, a la vista del timonel. Era una bitácora grande, con caperuza de cristal y dos lámparas de cobre a los lados para iluminar la rosa de noche.

Veía abrirse de pronto un ventanal en su imaginación, y pasaban por este cuadro luminoso la melancólica Cinta, su hijo Esteban, el puente del buque, Tòni junto al timonel. «¡Olvida! gritaba la voz de los malos consejos, borrando la visión . ¡Goza del presente!... Tiempo te queda para ir en busca de ellos

Con él no había miedo á que entrase por descuido la ola de través que barre la cubierta y apaga las máquinas, ó que el escollo invisible clavase su colmillo de piedra en el vientre del buque. Seguía junto al timonel el rumbo indicado, inmóvil y silencioso, como si durmiese de pie; pero en el momento oportuno dejaba caer la breve palabra de mando.

El Confianza se deslizaba como una exhalación por la rápida pendiente; la rueda apenas batía las aguas y volábamos sobre ellas; mientras allá arriba, en la casucha del timonel, seis manos robustas mantenían la dirección del barco.

En aquellos buques de madera no se necesitaban las correcciones que hoy son precisas en los barcos de hierro; con los compases de Thompson y las barras de Flindrs. El cuarto de Nissen, el timonel, tenía un ventanillo, desde donde podía mirar la brújula, y una trampa que comunicaba con la cámara del capitán.

La bandeja escapó de sus manos, y fué tambaleándose como un ebrio, hasta aplastar su abdomen contra la barandilla del puente. «¡Cristo del Grao!...» A Ferragut también se le cayó el vaso que llevaba á su boca, y el oficial francés, sentado en un banco, casi se dobló sobre las rodillas. El timonel tuvo que agarrarse á la rueda con un crispamiento de sorpresa y de terror.

Digno descendiente de tantos famosos guerreros sajones, su corazón latía con violencia y hubiera deseado llegar á las manos con los piratas sin más tardanza. De pronto le pareció que una voz ronca le hablaba al oído, y volviéndose prontamente dirigió al timonel una mirada interrogadora.

El propio Zeli se llevó a Lescoët, que no daba señales de vida. Ahora dijo Kernok , un buen emplasto de pólvora de cañón y de vinagre sobre esos rasguños, y mañana no tendrá nada. Después, dirigiéndose al timonel: Corre una buena bordada al SO.; si se ve una vela, avísame. Y descendió a su cámara para reunirse con Melia. ...Ese tumulto espantoso, esa fiebre devoradora... es el amor...

Otros dicen que una mano invisible le empujó y que la estela plateada del buque se enrojeció un momento. Lo cierto es que se ahogó. Como el brick se encontraba cerca de las islas de Cabo Verde, el oleaje era fuerte y la brisa fresca, el timonel no oyó nada; pero Kernok, que había ido a dar cuenta de la ruta al capitán, debió ser el primero en advertir el accidente, al cual no era quizás ajeno.

De pronto, el timonel tenía que torcer el rumbo y pedir máquina atrás, viendo que se agrandaba en la obscuridad la silueta del buque anterior. Unos cuantos minutos de descuido, y entraba por su popa con un espolonazo mortal. Al amenguar la marcha, el capitán miraba inquieto á sus espaldas, temiendo chocar á su vez con el que le seguía en la fila. Todos pensaban en los submarinos invisibles.