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Eran excelentes grabados ya pasados de moda, el papel viejo y con manchas de humedad, los marcos de caoba, y representaban asuntos que nada tenían de español, por cierto, las batallas de Napoleón I, reproducidas de los un tiempo célebres retratos de Horacio Vernet y el barón Gros. ¿Quién no ha visto el Napoleón en Eylau, y en Jena, el Bonaparte en Arcola, la apoteosis de Austerlitz y la Despedida de Fontainebleau?

Llorar por él, y resucitarlo con aquella lágrima de salud, ¿eso es gentil, revolucionario, protestante? El arte de Horacio Vernet es el arte del infortunio, del dolor; el arte de la Vírgen María que llora por su hijo al pié de la cruz.

Este cuadro nos impresiona instantáneamente; nos impresiona de un modo profundo, sin que nos tiempo de deliberar acerca de si debe impresionarnos ó no, como el esquife que se pone sobre un torrente, no deja tiempo al marinero de echar el áncora. Esto nos impresiona como el fuego nos quema: sin saberlo nosotros, aún contra nuestra propia voluntad. Ese es el arte; ese es el genio, ese es Vernet.

Pero pasemos á estudiar una cosa más bella, más fecunda, más predestinada: la escuela de Vernet, del gran Vernet. Este pintor se dedicó casi exclusivamente al género de las batallas; pero no de las batallas antiguas que eran como una especie de divinizacion de la guerra, el sacrificio de la caridad que nos debemos todos, hecho en aras de un señor opulento ó de un tirano.

Pues, amigo mio, dije al ingeniero; echando á un lado la humildad soberbia del hipócrita, contesto á usted que ha dicho muy bien. El arte tiene sus antigüedades, su arqueología particular, unida al espíritu de la historia, y es muy natural que no comprenda la importancia de Horacio Vernet, no comprendiendo la profunda significacion histórica de su escuela.

Horacio Vernet llora por aquel hombre desamparado; Horacio Vernet le da sepultura, le da tierra sagrada; le hace esa última y suprema piedad; Horacio Vernet da al mundo una lágrima para que la vierta sobre esa tumba, esa tumba que él ha construido en ese cuadro, por que ese cuadro es una sepultura cristiana, la violeta que nace al pié de una cruz, el ciprés que se eleva en medio de una soledad: ¿y á eso llamais gentilidad, protestantismo, revolucion? ¿Enterrar á un cristiano insepulto es revolucion, protestantismo, gentilidad?

¡Oh virtud, sombra vana, esclava del azar, Ay del que en creyó! ¡Oh vino, hiel mestiza que me haces patear. Ay del que te bebió! Lector mio, hasta la vuelta de Sevres y de Versalles. =Dia décimo séptimo=. Sevres. Las dos figuras. Importancia social y artística de una fábrica de porcelana. Versalles. Sus Museos. La escuela Vernet. Impresiones varias. Vuelta á Paris.

Hemos almorzado en una fonda de la Plaza por trece francos, visitamos las fuentes, las más ricas del mundo en juegos de aguas, oimos la música militar cerca del estanque que está en último término, nos sentamos haciendo parte de la sociedad elegantísima que inunda esta esplanada; Vernet me llama y me reconcilia con ella; volvimos luego, tomamos el ómnibus, ya divisamos las torres de Paris: á las seis de la tarde nos apeamos enfrente del palacio de la Industria.

Los cuadros de Vernet son la escuela social, la escuela del exámen llevada al género que cultivó. Vernet es un grande obrero del alma, que conduce una piedra colosal al edificio en que trabaja toda la historia de cinco siglos.

Esta afición, recién nacida, cundió extraordinariamente; los ingleses asieron de ella; los franceses no la despreciaron, y todo hombre de alguna celebridad fue puesto a contribución: el valor, por consiguiente, de un álbum, puede ser considerable; una pincelada de Goya, un capricho de David, o de Vernet, un trozo de Chateaubriand, o de lord Byron, la firma de Napoleón, todo esto puede llegar a hacer de un álbum un mayorazgo para una familia.