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Ya en este tiempo eran los hebreos muchos en número y poderosos por sus riquezas, i así el verse oprimidos i ultrajados dió ocasion para que empezasen á turbar con inquietudes i desobediencias el reino.

Y ya no pudo moverse sin encontrar ante su paso al mulatillo con el sombrero echado atrás, elevando sus ojos hasta los de él, bebiendo con la mirada sus palabras y sus gestos, como si estuviese en presencia de un prestidigitador y no quisiera perder detalle. Se resignó Isidro a estas desobediencias, vulgares tropiezos de la realidad... Pero había que proceder con rapidez. ¡Adelante!

Esto de que le mirasen como un pájaro raro no estaba en su carácter, pero tenía miedo a Manolita y a los iracundos pellizcos con que acogía sus desobediencias. ¡Pobre don Melchor! ¡Cuan caro le costaba ser esposo de una mujer hermosa y rica!

Avanzan como los vientos las navecillas ligeras, y presto en Máctan embisten de la playa las arenas: Hernando de Magallanes dictó consigna severa y desembarcan los bravos de sombras con apariencias; porque tal es el silencio, que no se mueve una lengua ni para alzar sus ruidos tienen las armas licencia, y de los mismos esquifes enmudecen las maderas y hasta las olas acallan el rumor de la marea; que las órdenes de Hernando no quieren desobediencias...! Es todo inutil; al punto se oyen las voces aquellas agudas, desapacibles, que repetidas se alejan lo mismo que las del eco volando de sierra en sierra, con las que anuncian los indios, habiendo ocurrido apenas la cautelosa llegada de la falange extranjera; mostrando con sus aullidos y con vivir tan alerta, que nunca abrigaron duda, antes tuvieron certeza de que los de España irían a castigar la insolencia del altanero cacique; sin afligirles más pena que no poder de los tiempos quebrantar la ley suprema, acelerando las horas, para sus ansias tan lentas! que han de aguardar impacientes antes de lavar su afrenta.

Y mientras la joven iba soltando con automática regularidad los pecados de siempre, murmuraciones en las visitas, mentiras sin importancia, deseos de humillar á las amigas, desobediencias á su madre, miraba á través de la rejilla al famoso jesuíta, su cara sin una arruga, la nariz aguileña, aquella sonrisa dulce que parecía acariciar, pero que á ella le causaba cierto miedo, como si fuese una tenaza irresistible que extraía las verdades por hondas que se ocultasen.

Su vida se fundía en un chorreo de azúcar líquido... Y todavía adivinaba Ferragut las desobediencias de los dos viejos á las disciplinas del régimen, sus ocultamientos infantiles, sus astucias para gustar á solas las frutas y los jarabes, encanto de su existencia. Fué corta la entrevista. El capitán debía volver al Grao, donde le esperaba su trasatlántico, pronto á zarpar para la América del Sur.

Tal vez era de él la culpa, ya que toleraba desobediencias en su escritorio. Y Fermín, porque había viajado, porque había vivido en Londres y leído unos libracos venenosos para su alma, se creía con derecho a imitarles. ¿Acaso era él extranjero? ¿No lo habían bautizado al nacer? ¿O es que por haber ido a Inglaterra, a costa del bolsillo de su difunto padre, se creía superior a los demás?...