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Por mi parte me resigno fácilmente a separarme ahora de ti, pensando que también se separa otro... ¿Tengo realmente la felicidad de que estés celoso? ¡Lo confieso con rubor! Me hace daño el ver sin cesar a mi tío pisándote los talones. Te engañas, Raúl; te juro que el señor Neris no me ha mostrado jamás más que una benevolencia paternal.

Las apariencias me condenan. Yo me resigno y perdono a los que me acusan. Perdónalos también, pero no los creas. , que me conoces de toda la vida; , que sabes con qué pureza de afecto, con qué ternura de hermana te he querido y te quiero aún, no debes, no puedes creer esas infamias; pues qué, ¿no comprendes que yo soy capaz de querer a don Paco por el mismo estilo que a ti te quiero?

Al fin Laura se resignó a todas las condiciones, pero comprendiendo que iban a sobrevenir disgustos y que él se sentiría lastimado por la desconfianza de Zoraida. A la estancia fui yo también, naturalmente.

Como el rosal requería todo esto y no se hallaba reunido, he tenido que buscarlo por separado. CREMATURGO. Pues yo no me avengo. No quiero ser mantillo y nada más. ¡Adiós, ingrata! EUMORFO. Tampoco me resigno yo a ser una mariposa ininteligente, sobre todo cuando por amor tuyo me había puesto ya a estudiar filosofía. ¡Adiós infame!

Me resigno a abandonar momentáneamente Lavardens, porque Pablo quiere ser soldado, entrar en Saint-Cyr, y sólo en París encontraré los maestros y recursos necesarios para ello. Llevaré allá a los dos niños, que se educarán juntos, bajo mi vigilancia, fraternalmente. Podréis estar seguro de que no haré la más mínima diferencia entre ellos. Era difícil no aceptar una oferta como ésta.

Poldy ignoraba quizás que había habido un santo arzobispo de dicho nombre, famosísimo sabio, que recogió y ordenó en sus libros todo el saber de su tiempo, y se atenía a lo que había oído decir a una vieja princesa, tía suya, terrible antisemita, la cual princesa se empeñaba en afirmar que el nombre de Isidoro era muy común entre judíos, por donde le repugnaba de tal suerte, que tuvo tentaciones de despedir a un excelente criado suyo porque se llamaba Isidoro, y sólo se resignó a conservarle en su servicio obligándole a llamarse Filidoro en adelante.

Y no obstante, nadie se quejaba. Los novios, olvidando tan triste perspectiva, se miraban en los ojos uno de otro, y eran felices, y don Jorge se resignó tranquilamente al mal juego que se le presentaba ya como perdido. La Duquesa, más alegre que de costumbre, se dedicó a cuidar a Flora; sólo la madre Shipton, antes la más fuerte de la caravana, parecía enfermar y fenecer poco a poco.

Sobrevino el primer período crítico de este enlace. Blanca comenzó por ir sola con la madre una noche al teatro. Su marido, que hasta entonces había hecho todos los esfuerzos supremos para acompañarla y mantener alto el pabellón, se resignó por último.

Por nada del mundo hubiera gustado de que silbasen a la Stolz como la habían silbado a ella, a no tener a la mano otro D. Joaquín para consolarla de la silba. Rafaela quiso, pues, que la Stolz triunfase, y se propuso contribuir a su triunfo. Y como Rafaela además era aficionadísima a la música, no se resignó a dejar de oír a tan egregia cantarina.

Pasóse la mano por la frente, hizo un violento esfuerzo, se resignó y salió y abrió la primera puerta. Que entre Ledesma dijo á uno de los oficiales. Y se volvió al camarín y se puso á papelear para disimular su turbación. Entró Ledesma. Sentáos le dijo el duque y tomad nota. Ledesma se sentó.