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A fines del reinado de Felipe II, esto es, en lo más cerrado del absolutismo, todavía se proveían las Cátedras á pluralidad de votos de los estudiantes de la respectiva asignatura, é igual procedimiento democrático se empleaba para la elección de Consiliarios.

Mi interlocutor prosiguió como si no me oyera: El rey Eduardo VII tomó un maestro para aprenderlo, y lo ha puesto de moda. En Inglaterra, en Francia, en Bélgica, en Turquía y en Holanda, se han abierto cátedras de la asignatura.

También convendría se solicitase el real permiso para que pudiesen fundar conventos en Candelaria las tres religiones, Santo Domingo, San Francisco y la Merced, para que los religiosos de ellas pudieran ocupar las cátedras del colegio y practicar lo demás concerniente a su instituto y a la salvación de las almas, pero con el cargo de admitir al hábito a los indiecitos que fuesen capaces para ello.

Parece que San Francisco Xavier, antes que los Superiores, le destinó para esta empresa, pues viéndole éstos dotado de gran talento y feliz ingenio para las cátedras, aunque con increíble dolor del buen Padre, le habían aplicado á ellas; pero no tardó mucho en que se vieron precisados á mudar de parecer, porque siéndole al humildísimo Padre de intolerable peso esta lustrosa ocupación, no podía recabar con súplicas y lágrimas le aliviasen de ella, con que recurrió al asilo de San Francisco Xavier, suplicándole con muchas lágrimas el cumplimiento de sus deseos.

Traía sabios europeos para la Prensa y las cátedras, colonias para los desiertos, naves para los ríos, intereses y libertad para todas las creencias, crédito y Banco Nacional para impulsar la industria; todas las grandes teorías sociales de la época para modelar su gobierno; la Europa, al fin, a vaciarla de golpe en la América y realizar en diez años la obra que antes necesitara el transcurso de siglos. ¿Era quimérico este proyecto?

El licenciado, hombre de una probidad admirable, declara que no sabe tocar las castañuelas, lo cual no impide que enseñe en catorce capítulos cómo han de tocarse. Para enseñar una materia no es absolutamente imprescindible saberla, cosa que se observa en la «Crotalogía» del licenciado Francisco Agustín Florencio y en casi todas las cátedras de las Facultades modernas.

Esto se explica porque en España se conceden las cátedras por amistad, parentesco o bandería, antes que por mérito; de donde se aprende más y mejor de los opositores que de los mismos catedráticos. No le fatigaré a usted con la relación meticulosa de lo que he aprendido y me figuro saber. Porque, al cabo, el saber poco o mucho, ¿de qué sirve?

A su entrada se colocaron como dos pulpitillos á modo de cátedras, con gradería para subir á ellos á leer al pueblo reunido la Epístola y el Evangelio; y estos púlpitos se llamaron ambones.

Las cátedras son miradas á lo mas como un hincapié para subir mas arriba, con las arduas tareas que ellas imponen, se unen mil y mil de un órden diferente; y se desempeña corriendo y á manera de distraccion lo que deberia obsorber al hombre entero.

Abundante copia de opositores a cátedras conocí, que me sirvieron de maestros. Existe en España una rara profesión: la de opositor a cátedras. Hay individuos, talludos ya, y aun valetudinarios, que no son ni han sido otra cosa que opositores a cátedras.