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Actualizado: 27 de junio de 2025
Todo lo he previsto, mi buena amiga... Es evidente que mi tía, que abriga sobre mí otros proyectos, se mostrará al principio muy irritada... Sin embargo, me parece que el cariño que me tiene no es grande, en tanto que es muchísimo su apego al nombre de familia, de que yo soy el único representante... Fundándome en esto, no desespero de traer a mi tía a la razón a fuerza de cariño y de buenos procederes... aunque no se me oculta que corro el riesgo de enajenarme su voluntad en el presente y quizás en el futuro... Faltaría a la verdad si no le confesase a usted que me sería doloroso renunciar a las esperanzas de mejor posición que por ese lado abrigo... pero aún es para mí más ingrato abandonar este proyecto de casamiento con su amiga de usted, en que fundo mi dicha... Todo lo que deseo es que la señorita de Sardonne acepte mis proposiciones dignándose concederme su mano, sin que entre en sus designios ser mañana la poseedora de una fortuna que puede muy bien escapársenos... ¿Puedo contar absolutamente con usted a fin de que le indique cuál puede ser nuestro porvenir si mi tía me deshereda?
La señorita de Sardonne parecía responder a la perfección a tan varias exigencias, puesto que era de ilustre cuna, perfecta distinción y soberana belleza, y aun hay quien dice que demasiado soberana en sentir de la baronesa, pero era necesario ser indulgente en algo, dado que las señoritas de compañía no pueden mandarse hacer, como los sombreros.
Las mujeres en general, en su necesidad de conceder tiernas demostraciones, aprovechan presto la ocasión de otorgarlas a algo o a alguien; así, pues, Marcela no tardó en atraer sobre su monísima figura las cariñosas efusiones de que tan pródigo es el sexo bello; únicamente entre los habitantes del castillo, la señorita de Sardonne mostró hacia la criatura lejanía e indiferencia, dirigiéndole como al paso breves palabras, en tono brusco, distraído, casi enojado, sin que tuviera con el padre durante las reanudadas lecciones de acuarela ni una frase cariñosa para la niña: el mismo angelito sentía esa especie de menosprecio, pareciendo tener miedo a la bella desdeñosa.
Fabrice presentó aquella noche misma sus servicios a la señorita de Sardonne, quien pagó su atención con una de aquellas hermosas sonrisas que tan de tarde en tarde iluminaban con dulzura tanta sus trigueñas mejillas.
Has comprendido bien... así es. ¡Pues bien!... me sorprendes... yo hubiera jurado que amabas a la señorita de Sardonne, y aun que pensabas casarte con ella.
No podía dudarse que la próxima llegada del esperado huésped despertaba en aquellos femeniles corazones grata emoción, y hasta se corría a las ventanas para espiar su venida: en fin, cuando Pedro de Pierrepont aparecía con su aire de príncipe, haciendo caracolear su caballo en torno del césped del jardín, las señoras acudían radiantes al patio, mientras que la señorita de Sardonne, observando las cosas a través del follaje, sentía que su joven corazón se agitaba en su pecho con palpitaciones a su edad proporcionadas.
Sucedió en consecuencia, que al oír aquella última y sangrienta réplica, la de Montauron se levantó vivamente de su asiento, y si hubiese podido disponer de los rayos celestes, habría sido muy verosímil que la señorita de Sardonne no hubiese podido repetir el cuento.
Esta resplandeciente beldad llena de encanto y de misterio, tenía, cual fácilmente puede concebirse, numerosísimos y a veces no muy delicados apreciadores entre los jóvenes y viejos amigos de la casa, pero la grave decencia, la fría reserva de la señorita de Sardonne derrotaban presto tan sospechosos homenajes.
Palabra del Dia
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