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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Con mis buenos oficios no puede contarse en este caso, vizcondesa; con los de usted, sí... Dicho se está que estoy enteramente a la disposición de usted y de la señorita de Sardonne... pero siendo Fabrice invitado mío, estoy seguro que usted se abstendría de pedirle cosa que podía tener los visos todos de una semi-imposición... mientras que si usted misma le presentase el memorial, ya eso tiene otra forma... Mire usted... precisamente iba a embarcarme para ir a buscarlo... Está sacando un croquis al pie de la cascada, allá abajo... ¿Quiere usted venir conmigo?
Pero ya lo era... No había sido sin reñir violentos interiores combates que el marqués se hubiese abandonado a la pasión secreta que la señorita de Sardonne le inspirara; desde el primer día, deslumbrado por su resplandeciente hermosura, interesado por un inmerecido infortunio, púsose con prudencia en guardia contra un sentimiento cuyos peligros preveía; pero su indispensable asiduidad hacia su tía, poniendo casi diariamente a Beatriz ante su vista, habían concluído por derrotar tan sesudos propósitos.
Señora prosiguió la señorita de Sardonne con el mismo tono de correcta urbanidad ; la circunstancia que usted tuvo a bien prever y desear con respecto a mí, se presenta hoy. ¡Ah! Y vengo a rogarle que acoja con benevolencia la súplica que... para honor mío, no tardará en presentarle el señor Jacques Fabrice. ¿Te pide en matrimonio Fabrice? Sí, señora.
La primera visita de Pedro fue para la señora de Aymaret, qué también habitaba por aquellas cercanías, parque Monceau: había prevenido de antemano a la vizcondesa, quien lo esperaba con cierta desazón, porque durante la ausencia del marqués, ni éste le había escrito ni ella se atrevió tampoco a hacerlo, no pudiendo olvidar que ella fue quien lo alentó en sus desdichados propósitos acerca de la señorita de Sardonne, que ella había sido su oficiosa mensajera para con aquella joven, que ella contribuyó en no escasa parte a la humillación que Pedro soportara, humillación que venía a hacer más punzante el efectuado enlace de Beatriz con Fabrice; por todas estas razones temió una escena de despecho, quizás de cólera y reproches, pero, por ventura de la interesante dama, su temor se hubo de disipar, por cuanto el marqués se presentó ante ella un poco pálido, es verdad, pero tranquilo, cortés y aun sonriente.
Esos escrúpulos son dignos de tu caballerosidad, maestro queridísimo, pero son infundados... y si abrigas, como me parece comprenderlo, proyectos acerca, de la señorita de Sardonne, no tienes que temer, te lo repito, ninguna rivalidad por mi parte.
Jacques ignoraba en absoluto la tremenda prueba por que acababa de pasar la de Sardonne, prueba cuyas amarguras desgarraban todavía su alma con toda la crueldad de una pesadilla.
Próximamente diez y siete tenía la señorita de Sardonne cuando viéndose sus padres al borde del abismo, donde los restos de su fortuna iban a perderse, retiráronse bruscamente del mundo, no conservando relaciones sino con dos o tres muy íntimos amigos.
Después de una pausa de reflexión y de silencio, Fabrice le respondió: Tu sentimiento hacia la señorita de Sardonne te hará desear sin duda que este asunto se trate entre nosotros sin ruido, sin escándalo, a fin de evitar a ella una tacha de que yo deseo también ver a salvo mi nombre. Todo lo que me propongas con ese fin respondió el marqués , está aceptado de antemano.
Pero la baronesa parecía preferir con mucho los servicios de la señorita de Sardonne a los de su sobrino.
¿Estás seguro? ¿En vuestras largas conversaciones durante la lección de pintura no se te ha escapado nunca alguna palabra que la haya puesto en sospecha? Nunca. Era vuestro huésped. Eres un caballero. En adelante, por lo que a mí se refiere, quedas en completa libertad de hacer lo que te plazca. No debo ni puedo oponerme a que la señorita de Sardonne sea dichosa contigo si ella así lo estima.
Palabra del Dia
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