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Yo le di francamente todo mi pasado, y ella tal vez no me ha devuelto mas que mentiras. Miró otra vez á Robledo con angustia, esperando que éste le infundiese alguna fe en la incierta historia de su mujer. Parecía un náufrago buscando algo sólido donde agarrarse. Pero Robledo bajó la cabeza haciendo un gesto ambiguo.

Gillespie, ante tal duda, se sintió con un alma enérgica hasta la crueldad. Lo que él deseaba era que Margaret le amase siempre. Contando con el cariño de su esposa, no había suegra que le infundiese miedo.

¿Me lo dejarás?... Ya sabes que allá en la Marina los hombres se hacen fuertes como el bronce. ¿De veras que me lo dejarás?... Dudaba de su influencia ante el gesto indignado de la suave doña Cristina. ¿Confiar su nieto al Tritón, para que le infundiese el amor á las aventuras marítimas, lo mismo que á Ulises?... ¡Atrás, demonio azul!

Para torcer el curso de la conversación, habló de los peligros que la habían amenazado en sus viajes. Necesitamos ser valientes... La doctora, tal como la ves, es una heroína... Ríete; pero si conocieses su arsenal, tal vez te infundiese miedo. Es una científica. La grave señora experimentaba una repugnancia invencible por las armas vulgares.

Ella, a pesar de su viveza, temerosa de mortificar la susceptibilidad de Pepe, le trataba con una consideración que a ninguno otro hubiera guardado; y él, frío, descreído, burlón, dispuesto siempre a endulzar la realidad con su buen humor, era ante Paz reflexivo y serio, cual si le infundiese miedo aquella intimidad amorosa, que, a juicio suyo, no podría resistir al tiempo o habría de estrellarse contra las asperezas de la vida.

El remedio podía aplicarse de dos maneras. Ó casando á Clarita con D. Casimiro, y esto era fácil, ó haciéndola tomar el velo. Esto segundo, á pesar de lo mundano, impío y anti-religioso que era D. Fadrique, le parecía mil veces mejor. Comprendía, no obstante, que para que Clarita entrase en un convento sin saber ella por qué, era necesario que alguien le infundiese la vocación.

Tenía menos fe en la posibilidad de una partida para hacerse rico y en todas las matanzas soñadas de indios bravos a tanto por cabeza. Ahora más que antes necesitaba la presencia y el consejo de don Isidro para que le infundiese ánimos con su sabiduría. Pero ¿dónde estaba don Isidro?...

Llenaba luego apresuradamente las copas, como si su vacío le infundiese horror, y apenas sentía disminuir el peso de la botella, reclamaba con vigilante previsión el envío de otra. Dirigía equitativamente este gasto extraordinario: las buenas cuentas mantienen las amistades.