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Llevada de esta consideración, Doña Blanca no impugnó la defensa de la coquetería; dió por satisfecha su modestia de madre, y acabó por aceptar como justos y merecidos los encomios de su hija Clara. Luego añadió: En suma, mi hija es un prodigio. En las alabanzas de V. no toma parte sino la justicia. Me alegro. ¿Qué mayor contento para una madre?

Muestran ufanas su destreza y brio, Tegiendo una entricada y nueva danza Al dulce son de un instrumento mio. Mio, no dixe bien, mentí á la usanza Del que dice propios los agenos Versos, que son mas dinos de alabanza. Esperando de ver de sus mejoras El colmo con los premios merecidos Por el sudor y aprieto de seis horas.

Con la extremada bondad que le es propia, no ha hecho Vd. más que alabarme a D. Luis, y tengo por cierto que a D. Luis le habrá Vd. hecho de mayores elogios aún, si bien harto menos merecidos. ¿Qué había de suceder? ¿Soy yo de bronce? ¿Tengo más de veinte años? Tienes razón que te sobra. Soy un mentecato. He contribuido poderosamente a esta obra de Lucifer.

O mitad de mi alma! ó venturosa Amistad no en trabajos dividida, Ni en la ocasion mas prospera y dichosa! Goza, Leoncio, de la dulce vida, Quedate en la ciudad, que yo no quiero Ser de tus verdes años homicida: Yo solo tengo de ir, yo solo espero Volver con los despojos merecidos A mi inviolable fe y amor sincero.

Pensaron que era un pillete, y que los golpes que había recibido le estaban muy bien merecidos... Le cogieron por el cuello de la americana con esa paternal zarpa de la justicia callejera. «¿Qué tiene ustedle preguntó uno de ellos, mal humorado.

Entre la gente más sencilla de aquellos buenos colonos se reunió una pequeña suma, por medio de la cual la haraposa Melisa pudo vestir la ropa de la decencia y de la civilización, y con frecuencia un rudo apretón de manos y palabras de franca aprobación y confortamiento de alguna de esas figuras arrugadas, groseras y vestidas con la encarnada camisa, hacían acudir el rubor a las mejillas del joven maestro y le obligaban a pensar si eran del todo merecidos los plácemes y tributos que se le prodigaban.

De tal manera que al cabo de algún tiempo varios dignísimos vecinos, de oficio pescadores, pidieron a gritos que se presentase D. Gaspar a la ventana para tributarle los honores merecidos. El gran poeta no tuvo más remedio que ceder a esta exigencia de la multitud, que le recibió con palmoteo atronador y fuertes vivas.

Algo quiso decir en alta voz; pero él no la dejaba meter baza, y como si trajera un discurso preparado y no quisiera dejar de pronunciar ninguna de sus partes, pegó en seguida la hebra: «¿Te acuerdas de cuando yo estaba loco? Los ratos que te di te los tenías bien merecidos; porque en realidad te portabas muy mal conmigo.

Hiciéronse pesquisas de malhechores y homicidas, hubo castigos merecidos, y se puso en quietud y seguridad la provincia. A D. Alonso se le mandó salir de la ciudad.

En cuanto á lo uno, allá se las compongan ellos, que quien sufre los palos, merecidos los tiene; y en cuanto á lo otro, alégrate: así el rey mi amigo no se hubiera acordado de ti. ¿Son tuyas las cartas que he encontrado sobre esa mesa? Mías han sido hasta que han sido tuyas. ¿Y cómo sabes que don Rodrigo?...