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Como diez antes sobre el sofá, ella, Inés, tendida en el diván del antepalco, sollozaba la pasión de Wagner y su dicha deshecha. ¡Inés!... Sentí que el destino me colocaba en un momento decisivo. ¡Diez años!... ¿Pero habían pasado? ¡No, no, Inés mía! Y como entonces, al ver su cuerpo todo amor, sacudido por los sollozos, murmuré: ¡Inés!

En el momento de ser pronunciado el «» irrevocable que decidía la suerte de Magdalena y la mía, el rumor de un suspiro ahogado me arrancó del estupor en que estaba sumido. Era que Julia sollozaba, oculto el rostro con el pañuelo. Por la noche estaba más triste aún, si cabe, pero hacía esfuerzos sobrehumanos para disimular delante de su hermana. ¡Qué niña tan extraña era entonces!

Piensa en cuando trabajes, cuando leas, cuando reces.... ¡Hasta cuando duermas!... ¡Sueña conmigo, sueña con tu Linilla!... No pudo más. El llanto la ahogaba. Se echó en mis brazos, y reclinó su cabeza sobre la mía. Sollozaba.... Quiso hablar y no pudo. Tomó mi mano, la estrechó fuertemente, y me la besó con efusión infantil.

Presa de acerbo dolor sollozaba y me retorcía las manos murmurando: «Magdalena está perdida para y yo la amo...» Magdalena era cosa perdida para y yo la amaba. Una sacudida algo menos violenta quizás no me hubiese revelado más que a medias la extensión de aquella doble desventura, pero la presencia del señor De Nièvres hasta tal punto me impresionó, que de todo me di cuenta.

»El pobre chico sollozaba; y para ocultar los verdaderos motivos, echaba a Luz la culpa de todo. Luz se sonreía más entonces. Cogiole una mano entre las suyas, y le dijo, con un timbre de voz que era un cántico melodioso: » No me pesa que me llores, y llórame también cuando suceda, pero llórame porque me envidies, no porque me compadezcas.

El cántico de Violeta tornó a aparecer lleno de dulzura melancólica y de pasión. La voz de María sollozaba de tal suerte al interpretarlo, que el corazón se oprimía y las lágrimas brotaban en los ojos. Un solo perro, el del comercio de quincalla, siguió ladrando con persistencia sumamente incómoda, pues la voz de la cantante no acababa de llegar a los oídos del público con la debida pureza.

¡Ah pícaro! exclamó Nucha cogiéndole y sacándole afuera, a la luz del corral . ¡Te voy a desollar vivo, gran tunante! ¡Ya sabemos quién es el zorro que se come los huevos! Hoy te pongo el trasero en remojo, donde no lo veas. Agitábase y perneaba el ladrón en miniatura; Nucha sintió lástima, imaginándose que sollozaba con desconsuelo.

Era Adriana que sollozaba. Iba a inaugurarse la nueva sección del Asilo de Nueva Pompeya. Charito pidió a Julio que asistiera a la ceremonia y procurase llevar también algunos amigos. ¿No era lamentable que los jóvenes inteligentes demostraran, en su mayoría, ese despego ahora tan general para las cosas del culto y hasta el mal gusto, a veces, de hacer ironías con la religión?

Una vez solas, Amalia tomó un libro y se puso a leer tranquilamente a la luz de un quinqué, mientras su hija, de rodillas en el ángulo más oscuro, sollozaba apagadamente. Tres o cuatro veces levantó aquélla la cabeza, dirigiendo su mirada colérica a las tinieblas del rincón, esperando que la chica gimiese más fuerte para lanzarse sobre ella. Trascurrió una hora, hora y media.

Y entonces, cual si vinieran del otro mundo, acompañadas del viento que gemía en la puerta y sollozaba en la ventana, se oyeron estas palabras, que los labios de misia Casilda pronunciaron gravemente: ¡Padre mío! ¡tía de mi alma, perdón!... El papel cayó al suelo, y el padre y la tía, como hipnotizados, no se movieron... De pronto, la señora dió un grito y se arrojó sobre don Pablo, enloquecida... Correr a la calle, a la policía y dar parte; quizá se estaba en tiempo aún, quizá podía evitarse la horrible desgracia. ¡Quilito muerto! no, ni pensarlo: ¡Dios no sería tan cruel, la santísima Virgen de Luján no lo permitiría!