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No lo olvides por Dios, jóven que leas estos pobres apuntes: limpieza, recato, sencillez, virtud y una flor; deja lo demás al cuidado del cielo; un hombre te amará, te amará de veras, como deseas ser amada, y serás venturosa hasta en tus hijos.

Ya, pues, repuso el otro, con una sonrisa maliciosa, mientras nosotros observábamos un caballito de garbosa apariencia, que relinchaba con mucho brío. Eh, señorito; añadió el chalan, con el acento mas meloso; píntele usté el ojo á esa jaca, y dígame si hay un primor mas cuco en toas leas Andalucías, Cierto que es muy bonita la jaca, Ah-¿Usté se despresa en español? No parecia....

Así es como ella, dice un poeta contemporáneo, procuraba acercarse a Dios y romper las ligaduras de la cárcel de su carne como valerosa guerrera del amor del Señor...» Basta, no leas más: ¿qué te parece? Ya he leído muchas veces esto mismo.

Después que leas, tocaré la serenata de Carl de Weber dijo Stein, que sólo a favor de esta recompensa podía obligar a María a aprender lo que quería enseñarle. María tomó con mal gesto el papel que le presentaba Stein, y leyó corrientemente, aunque de mala gana: AL RETIRO

Piensa en cuando trabajes, cuando leas, cuando reces.... ¡Hasta cuando duermas!... ¡Sueña conmigo, sueña con tu Linilla!... No pudo más. El llanto la ahogaba. Se echó en mis brazos, y reclinó su cabeza sobre la mía. Sollozaba.... Quiso hablar y no pudo. Tomó mi mano, la estrechó fuertemente, y me la besó con efusión infantil.

En cuanto leas lo que te digo, te pones a hacer consideraciones sobre lo raro y lo novelesco de que yo... en mi posición, quiera a un hombre como . ¡Hasta que te cure la tontería, no he de parar! ¿No dicen que el amor es ciego? ¿No pude enamorarme de un pillo? Pues me ha dado por quererte a , que eres bueno, y asunto concluido.

¡Señora! exclamó con el acento de la dignidad ofendida doña Clara. Pues bien, léelas. ¡Ah, no; no, señora! dijo la joven rechazando con respeto las cartas que le mostraba la reina. Te mando que las leas dijo con acento de dulce autoridad Margarita de Austria. Doña Clara tomó cuatro cartas que le entregaba la reina, abrió una y se puso á leerla en silencio. Lee alto dijo la reina.

Si algo te queda dentro del valladar que Dios ha puesto al hombre, si alguna gloria te está reservada por el pensamiento de la Providencia, no hallarás esa gloria, ese dia luminoso no brillará en el cielo para , sino volviendo tu inteligencia y tu corazon al monte Calvario. No luches, no huyas, no leas, no esperes, no mires atrás ni adelante; ponte de rodillas ante un crucifijo.