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Inés me miró un rato casi como a un extraño, y apartando bruscamente mi mano y el cigarro, su voz se rompió: ¡Esteban! Qué torné a decirle. Esta vez bastaba. Dejó lentamente mi mano y se reclinó atrás en el sofá, manteniendo fijo en la lámpara su rostro lívido. Pero un momento después su cara caía de costado bajo el brazo crispado al respaldo. Pasó un rato aún.

El señor Ángel se puso pálido y reclinó la frente sobre su mano, mirando fijamente al mármol de la mesa. ¡Lo ve usted!... ¡Ya se está usted figurando una porción de atrocidades! No me figuro más que la verdad, don Laureano profirió con voz alterada el pobre hombre sin abandonar su postura.

Se estremeció ligeramente y miró en torno. Después se lanzó hacia y asiéndome el brazo dijo: ¡No estés en pie! ¡No, siéntate! Estás herido. ¡Aquí, siéntate aquí! Me hizo sentar en el sofá y apoyó la mano en mi frente. ¡Cómo te arde la frente! dijo cayendo de rodillas a mi lado. Reclinó la cabeza sobre mi pecho y la murmurar: ¡Pobre amor mío! ¡Cómo te arde la frente!

Al fin, la condesa volvió la cara hacia Pedro y le dirigió una tierna sonrisa. Después aproximóse más á él y reclinó la cabeza sobre su fornido pecho, sin dejar de contemplar en silencio el espectáculo sublime de la Naturaleza. Mas en aquel instante escucharon pasos á su espalda y se volvieron con presteza. El señorito Octavio estaba delante de ellos.

Tía Pepa salió a mi encuentro, reclinó en mi hombro la encanecida cabeza, y sin decir una palabra me abrazó fuertemente. Cuando regresamos del cementerio me retiré a mi cuarto. Allá me siguió Andrés. Sentado cerca de mi pretendía distraerme con no qué historias de mi infancia. Yo le oía sin contestar. De pronto entró mi tía. Rorró: ¿te dieron una carta de Angelina? No. ¿Cómo no?

Cuando me sintió se reclinó en el sillón, y me dijo sonriendo, con la cabeza echada atrás sobre el respaldo: ¡Que feliz soy, Luis! Era la primera vez que Amparo pronunciaba mi nombre de una manera tan familiar. Ahora recuerdo que es también la primera vez en que yo le escribo en estas memorias. En efecto, yo me llamó Luis.

La enlacé estrechamente y la imaginación debió traerme, como una brisa en aquel momento, el suave perfume de Fernanda. Blanca reclinó su mejilla sobre mi hombro, el muelle contacto de sus senos estremeció mi pecho, tomele la mano con fuerza y rodeando su talle flexible y admirable, la danza lasciva nos arrebató en su torbellino.

Teniase por tradicion que San Juan Evangelista las habia dejado en el Sepulcro, de quien arriba hicimos mencion. Las Reliquias fueron un pedazo del leño de la Cruz, de la parte donde Cristo reclinó su cabeza. Así lo refiere Montaner, y éste San Juan le trujo siempre pendiente del cuello el tiempo que vivió entre los mortales. Estaba entonces con un engaste de oro, con joyas de mucho precio.

Siempre me ha de hacer falta a lo que a ti te conviene soltar.... Adiós.... Y sin entrar en el despacho dejó libre la mampara de resorte que tenía sujeta y se fué. Dió las señas al cochero de un hotel situado en el barrio Monasterio y se reclinó en un ángulo, mordiendo su cigarro y resoplando con evidente satisfacción.

Siguió Maximiliano descargando su corazón, que otra coyuntura de desahogo como aquella no se le volvería a presentar, y por fin la niña estiró el brazo izquierdo sobre la mesa, y como estaba tan fatigada del ajetreo de aquel día y de los coscorrones, hizo del brazo almohada y reclinó su cabeza en ella.