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Ya los había recibido de la única cuya amistad me los hizo soportables: de Oliverio. ¿Complicidad o complacencia? No y cien veces no. Más me asustaba aún que el pensamiento de que existiera una conspiración dirigida contra mi dicha, la idea de que aquella menguada y famélica dicha hubiera podido ser objeto de envidia para quienquiera que fuese.

El termómetro lo confirma, Lorenzo; a las diez marcaba 39 grados. ¡Cómo estarán en Buenos Aires, ché, Melchor! Ya ves... y decías que es preferible vivir allá. Con todo, ché: los ventiladores... los baños... los helados... En cambio aquí refresca a las tardes, y las noches son siempre soportables, cuando menos. ¿Lloverá hoy? preguntó Ricardo.

Y como viera que la causa principal el perrazo bayo había desaparecido del sitio de la catástrofe, Lorenzo se aventuró a montar de nuevo, estimulado sin duda por la experiencia recogida, que le enseñaba cuánto suelen ser de soportables algunas caídas.

La única nota discordante en aquel conjunto de cosas bastante bien concordadas y soportables, y hasta entretenidas a ratos, fue la familia Carreño, o más propia y gráficamente «los Carreños» de la Campada, o, como si dijéramos, los Mucibarrenas de Villavieja, ya que a sus rivales sempiternos, los Vélez de la Costanilla, se les llamó, a su debido tiempo, los Butibambas.

Gracias a esto, verdaderos pobres indigentes había muy pocos en la comuna: los recursos que procuraba el mar en ayuda de la caridad pública, los de las marismas y algunos prados inferiores en los que los más apurados apacentaban sus vacas, un clima dulcísimo que hacía muy soportables los inviernos, contribuían a que los años se sucedieran sin penurias excesivas y eran factores que daban margen a que nadie pudiera lamentar la suerte de haber nacido en Villanueva.

Además me era insoportable la presencia de los periodistas, desde el día en que me ajustaron las cuentas y pusieron en solfa mis sonetos. Me repugnaba el trato de mis críticos, solamente soportables para cuando discutían y se peleaban, cada cual en defensa de sus «ideales». Nada más triste que Villaverde al fin del día; nada más horrendo que mi ciudad natal después de obscurecer.

Al analizar el presente, todo le parecía negro; mas al estudiar la vida de otras épocas, miraba bajo distintas formas reproducidas las mismas dificultades, pero siempre disminuidas, hechas cada vez más soportables, y supo que ese trabajo de los siglos, aspiración y tarea de la humanidad, es el progreso.

Y esta casta de réplicas solía dar ocasión a nuevos y más intencionados subterfugios míos, hasta que me asaltaban los remordimientos acordándome de Neluco... o se amparaba ella de alguno de mis libros con santos, que le entusiasmaban, y acudía yo entonces a explicarle las estampas para concluir también por donde siempre, aunque en un estilo y de modo más soportables.