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No pudimos dejar de comprender que Dawson, como socio de Blair y partícipe de su enorme riqueza, debía conocer muy bien el secreto y haber dado ya los pasos convenientes para ocultarme a , su legítimo dueño, la verdad. Había que tenerlo muy en cuenta, pues era un hombre siniestro, poseedor de la astucia más insidiosa y del ingenio más diabólico en el arte de los subterfugios.

He llegado a detestar a todo el mundo y a mismo más que a nadie. Estaba dispuesto a callar y comprendí que toda pregunta no lograría más que subterfugios y le irritaría más sin satisfacerme. Creí le dije, que tenías algún motivo accidental de preocupación o de apuro y venía a poner a tu disposición mis servicios o mis consejos.

Buscó subterfugios para no confesar aquello, se engañó a misma, y el Magistral sólo supo que Ana vivía de hecho separada de su marido, quo ad thorum, por lo que toca al tálamo, no por reyerta, ni causa alguna vergonzosa, sino por falta de iniciativa en el esposo y de amor en ella. , esto lo confesó Ana, ella no amaba a su don Víctor como una mujer debe amar al hombre que escogió, o le escogieron, por compañero; otra cosa había: ella sentía, más y más cada vez, gritos formidables de la naturaleza, que la arrastraban a no sabía qué abismos obscuros, donde no quería caer; sentía tristezas profundas, caprichosas; ternura sin objeto conocido; ansiedades inefables; sequedades del ánimo repentinas, agrias y espinosas, y todo ello la volvía loca, tenía miedo no sabía a qué, y buscaba el amparo de la religión para luchar con los peligros de aquel estado. Esto fue todo lo que pudo saber el Magistral sobre el particular; nada de acusaciones concretas.

Máximo a su hermano. 26 de noviembre. La he visto y no ha querido decir nada, valiéndose de subterfugios y afirmando que había querido castigarme por el abandono en que la tenía y que había hecho mal de tomar en serio unas bromas que no merecían ese honor. ¿Me afirma usted, señora, que no había en sus palabras ningún doble sentido ofensivo para o para mi prometida?

En suma: las Filipinas continuarán siendo españolas, si entran en la vía de la vida legal y civilizada, si se respetan los derechos de sus habitantes, si se les conceden los otros que se les deben, si la política liberal de los Gobiernos se lleva á cabo sin trabas ni mezquindades, sin subterfugios ni falsas interpretaciones.

Esa misma tarde, Jacobo se encontró con Paco, y le observó, sin subterfugios ni preámbulos: Paquito querido, no hay en ti miga para un don Juan. No te hagas inútiles ilusiones. Es hora ya de que busques una buena niña y te cases, dejando de correr detrás de Curra. Curra se ha burlado siempre de ti, ¡y se burlará mientras viva! En todas partes se habla de tu impermeabilidad y loca obstinación.

Ello está entre y no puedo vencerlo. Ya... la historia de siempre. Si me la de memoria... Que quieren sólo a aquel y no pueden desterrarlo del pensamiento, y que patatín y que patatán... En fin, todo ello no es más que falta de conciencia, podredumbre del corazón, subterfugios del pecado. ¡Ay, qué mujeres!

Y cuidado que tenía mérito la discreción de aquel hombre, porque era el mayor de los sacrificios; para él equivalía a cortarse la lengua el tener que decir: «no nada, absolutamente nada». A veces parecía que sus insignificantes e inseguras revelaciones querían ocultar la verdad antes que esclarecerla. «Pues nada, señora; he visto a Juanito en un simón, solo, por la Puerta del Sol... digo... por la Plaza del Ángel... Iba con Villalonga... se reían mucho los dos... de algo que les hacía gracia...». Y todas las denuncias eran como estas, bobadas, subterfugios, evasivas... Una de dos: o Estupiñá no sabía nada, o si sabía no quería decirlo por no disgustar a la señora.

Y el día de la votación avanzaba rápido, a pesar de los subterfugios del Gobierno; y los periódicos se desgañitaban descomponiendo en cifras las fracciones del Congreso. Según el cálculo más lisonjero que podían hacer los ministeriales, el Gobierno iba a ser derrotado ¡por tres miserables votos!

Un descubrimiento trae otro, así es que llegué a pensar que podría muy bien la caridad no desempeñar más que un papel muy secundario en la simpatía de Francisco I por las mujeres en general y en particular por Ana de Pisseleu; que el amor no se parecía al cariño, puesto que yo quería mucho a mi cura, y sin embargo, no deseaba abrazarle, mientras que no me hubiera hecho de rogar para saltar al cuello de Pablo de Couprat, y por último, que era ridículo emplear subterfugios y tonos misteriosos para hablar de una cosa tan natural y en la que no había ni sombra de mal.