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El señor de Kerveloch la contempló como hombre que sabe apreciar la belleza y pocos días después solicitaba el honor de unirse a ella, como dicen mi tío y la etiqueta. Juno salió de su habitual indiferencia, y declaró con entusiasmo, que jamás le había gustado tanto un apuesto caballero y que se negaba redondamente a dar su mano al señor de Couprat. «Y ahí tenéis todo, mi querido cura.

Levantose al vernos entrar y aguardó un instante que mi tía nos presentase. Pero el tal ceremonial era tan desconocido para ella, como para los habitantes de Greenlandia, y se presentó él mismo bajo el nombre de Pablo de Couprat. ¡De Couprat! exclamó el cura; ¿sois tal vez hijo del excelente comandante de Couprat, a quien he conocido en otro tiempo?

Esa fue la primera vez que tuve en mi vida la convicción de que el fantástico gusto de Susana violaba todas las leyes de la simetría. Pero el señor de Couprat tenía uno de esos caracteres felices, que saben tomar todas las cosas por el lado mejor. Y además poseía la facultad de adaptarse al medio en que se hallaba.

¡Ah, presuntuosa de nacimiento! ¿Quién diría que una campesina como , llegaría tan pronto a tanta coquetería? Ya te admirarás más. que la coquetería es una cualidad muy seria. Es la primera vez que lo oigo. ¿Quién te ha enseñado eso? Supongo que no habrá sido el cura. No, no; una persona que entendía algo en la materia. ¿Vendrá a almorzar alguien más que los de Couprat, Blanca?

La visita del señor de Couprat ha abierto a su espíritu horizontes nuevos, que ya habían clareado con la lectura de algunas novelas. Le hace falta distracción. ¡Distracción! ¿Y dónde queréis que halle yo eso? No me puedo mover: estoy enferma. Por eso, señora, no cuento con usted para distraerla. Es necesario escribir al señor de Pavol y rogarle quiera tener a Reina en su casa durante algún tiempo.

Mi felicidad llegó a su apogeo al verme, danzando con el señor de Couprat, en aquel salón lleno de luces, a la vista de tantas señoras riquísimamente ataviadas, y entre aquella sociedad de la que me hallaba tan lejos poco antes. Pablo bailaba mucho mejor que los demás.

No tardé en tomar parte en la conversación, y ya había recobrado una parte de mi buena alegría cuando pasamos al comedor. Colocada entre el cura y Pablo de Couprat, me dirigí inmediatamente a éste, preguntándole: ¿Por qué no volvisteis al Zarzal? No he podido disponer de mis acciones, señorita. ¿Y habéis, por lo menos, deseado ir? Muchísimo, os lo aseguro.

Después de esto, Blanca me daba una lección de baile, mientras él ejecutaba con brío un vals propio. Otras veces el profesor era él; mi prima iba al piano, y el comandante y mi tío nos contemplaban con complacencia, mientras yo giraba en brazos del señor de Couprat, en medio de una alegría indecible. ¡Qué lindos días! No hacíamos un proyecto en que él no estuviera incluido.

Me parece que el sol ha recobrado todo su esplendor, creo que el porvenir me reserva alegrías, y que es una suerte que el universo exista. «Blanca se casa, señor cura. Blanca se casa con el conde de Kerveloch. ¡Dios mío, qué pareja tan linda! Y decir que no ha faltado más que un átomo, una línea, para que aceptase al señor de Couprat.

Conversábamos y charlábamos; sobre todo yo que le contaba los acontecimientos de mi vida, mis pequeñas tristezas, mis ensueños y mis antipatías. ¡Oh, que tarde tan dulce, encantadora y deliciosa! De Couprat trepó a un cerezo, y el árbol violentamente sacudido dejó caer sobre mi toda su carga de lluvia.