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Actualizado: 29 de mayo de 2025


No primo, exactamente dijo el cura narigueando su rapé con júbilo; el señor de Pavol es sólo tío político de Reina; su esposa era una señorita de Lavalle. No importa exclamó el señor de Couprat, no renuncio a nuestro parentesco. Mucho más, cuanto que si se buscase bien, se encontrarían matrimonios entre mi familia y la de los de Lavalle.

En la tarde de aquel día nefasto, nos encontrábamos todos en el salón. El comandante y mi tío jugaban al ajedrez; Blanca tocaba una sonata de Beethoven, y yo, recostada en un sillón espiaba con los párpados entornados la actitud y la fisonomía de Pablo Couprat. Sentado junto al piano, algo atrás de Juno, escuchaba con gravedad, sin cesar de mirarla.

Estas palabras no bastaron para disipar el fastidio que sentía sin saber por qué, y permanecí por algún tiempo silenciosa y quieta en mi asiento, observando al señor de Couprat que conversaba risueñamente con Blanca. ¡Ah, cómo me gustaba!

Es una reina altiva, mientras que la señorita de Lavalle es una deliciosa princesita de cuentos de hadas. Princesa, esa es la palabra; se ve en toda ella la raza, y lo que chocaría en otras, en ella es encantador. Se susurra que es cosa decidida el matrimonio de su prima con el señor de Couprat. Así he oído decir.

Este descubrimiento me colmó de la mayor alegría. Ante todo, porque veía embellecerse mi vida con un encanto, que no dejaba por eso de ser real, y luego, porque si yo amaba, era seguramente correspondida. En efecto, amaba al señor de Couprat porque me había parecido hechicero; por consiguiente, mi aspecto debió producir en su corazón el mismo sentimiento, puesto que él me hallaba encantadora.

Estos jóvenes hastiados desde la más tierna edad, tenían por muy aburrido, fatigoso e incómodo el baile; contentábanse con hacer algunas invitaciones con dejadez e impertinencia. No así Pablo de Couprat, demasiado educado y franco para no bailar con el aspecto alegre y satisfecho que las circunstancias requerían.

Tan es así, que de esa época data mi pasión por la bóveda celeste, que siempre, desde entonces me ha parecido digna de hermanarse a mis pensamientos, sean éstos tristes o alegres, serios o frívolos. Después de permitir a mi imaginación que se extraviara por senderos sombríos, tanto, que galopaba a tropezones, dejábala volver a la luz y contemplar al señor de Couprat.

Metí mi pañuelo en el bolsillo, y me puse a reflexionar. Verdaderamente, la vida es una cosa muy rara. ¿Quién habría dicho, quince días antes, que mis sueños se realizarían tan pronto, y que iba a ver tan pronto al señor de Couprat?

Un descubrimiento trae otro, así es que llegué a pensar que podría muy bien la caridad no desempeñar más que un papel muy secundario en la simpatía de Francisco I por las mujeres en general y en particular por Ana de Pisseleu; que el amor no se parecía al cariño, puesto que yo quería mucho a mi cura, y sin embargo, no deseaba abrazarle, mientras que no me hubiera hecho de rogar para saltar al cuello de Pablo de Couprat, y por último, que era ridículo emplear subterfugios y tonos misteriosos para hablar de una cosa tan natural y en la que no había ni sombra de mal.

Sin embargo, supongo que no tienes inclinación por nadie. , por cierto dijo Blanca riendo, ¿a quién conoce? Desde que estaba en el Pavol, mucho había pensado en mi amor y en Pablo de Couprat, y más de una vez habíame preguntado si debía o no revelar tal secreto a mi prima. Pero después de madurar bien la cosa, llegué a resolver con el árabe, que el silencio es oro.

Palabra del Dia

hociquea

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