United States or United States Virgin Islands ? Vote for the TOP Country of the Week !


Me ha jurado que jamás ha oído poner en duda la perfecta corrección de Luciana y me ha aconsejado seriamente que desprecie las denuncias bajas y vagas que no se apoyan en nada, y que no ponga mi dicha a merced de cualquier miserable. Pero Sofía Jansien, sus medias palabras subrayadas con la mirada y con la sonrisa... ¡Bah! Una mujer envidiosa de la belleza de Luciana... y ligera.

Pues, entre investigadores y denuncias... nada, que me quieren cobrar doble contribución de la que pago... ¡Y no me da la gana! Pero, ¿con razón? Nunca hay razón para cobrar tanto. Claro que... en realidad debía pagar más... pero ¿quién paga lo justo? Nadie. ¿Y qué te dijo el ministro? Medias palabras.

De aquí surgieron no pocos lances, y aunque algunas mujeres alegaban, para excusarse de cumplir la pragmática, los privilegios ó fueros que gozaban su padre y marido, viendo que tampoco este recurso les daba resultado, y que las gentes de la justicia no andaban tardías en las denuncias, en más de una ocasión excitaban á sus deudos y allegados para que buscaren medios é influencias con que dejar de cumplir lo ordenado por el rey.

Pues bien, hace un momento, me ha dicho mi padre, después de hablar conmigo de los pequeños incidentes del día: También he visto a Máximo. ¿No le encuentras un aspecto triste y preocupado? Me ha chocado como a ti; no qué tiene. Es desgraciado y le he arrancado la confidencia de sus disgustos. Figúrate que el pobre muchacho está inundado de denuncias anónimas contra Luciana.

Se va a la basura y coge los puñados de ceniza para echárnosla por la cara... Entró Benigna, que venía de misa, y corroboró todas aquellas denuncias, aunque con tono indulgente. «Hija, no he visto un salvaje igual. El pobrecito... bien se ve entre qué gentes se ha criado». Mejor... Así le domesticaremos.

Era el desfile una continua exposición de cuestiones intrincadas, que los jueces legos resolvían con pasmosa facilidad. Los guardas de las acequias y los «atandadores» encargados de establecer el turno en el riego formulaban sus denuncias, y comparecían los querellados á defenderse con razones.

Su esposa lamentaba con gestos desesperados el saqueo del castillo. ¡Qué de cosas ricas desaparecidas!... Deseosa de salvar los últimos restos, buscaba al dueño para hacerle denuncias, como si éste pudiese impedir el robo individual y cauteloso. Los ordenanzas y escribientes del conde se metían en los bolsillos todo lo que resultaba fácil de ocultar. Decían sonriendo que eran recuerdos.

La señorita Helouin podía decirse en verdad, que la víspera se había dado fe, bajo su sola palabra, á denuncias mucho más falsas; pero no ignoraba, que una mentira que adula ó hiere el corazón, halla crédito más fácilmente que una verdad indiferente.

Y cuidado que tenía mérito la discreción de aquel hombre, porque era el mayor de los sacrificios; para él equivalía a cortarse la lengua el tener que decir: «no nada, absolutamente nada». A veces parecía que sus insignificantes e inseguras revelaciones querían ocultar la verdad antes que esclarecerla. «Pues nada, señora; he visto a Juanito en un simón, solo, por la Puerta del Sol... digo... por la Plaza del Ángel... Iba con Villalonga... se reían mucho los dos... de algo que les hacía gracia...». Y todas las denuncias eran como estas, bobadas, subterfugios, evasivas... Una de dos: o Estupiñá no sabía nada, o si sabía no quería decirlo por no disgustar a la señora.

Y el grande hombre de la industria, aquel pastor de millones que tenía miles de brazos á sus órdenes y flotas en el mar como un príncipe de la moderna realeza, había descendido durante algunos meses á una vida de espionaje, de astucias miserables, para convencerse de la certeza de las denuncias.