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Era un médico presuntuoso y exclusivista, un hombre engreído que hasta entonces había combatido al doctor Avrigny y pasaba por ser gran detractor suyo. Aquel hombre, con amistosa y respetuosa expresión le dijo: » Yo también tengo a mi madre moribunda como usted tiene a su hija. También yo, como usted, he hecho cuanto era posible hacer para devolverle la salud.

Procuré ver las cartas asomándome por encima de los hombros, y lo primero que observé, ¡caso chistoso!, fue al famoso Llagostera, mi compañero de fonda, aquel catalán eterno detractor de la holgazanería andaluza, con la baraja entre las manos tirando un entrés. Si hubiera visto al arzobispo en persona en aquella forma, no me hubiese sorprendido más.

¡Oh, no por Dios! ¡Qué feo estarías sin bigote! exclamó separando sus manos de los ojos, donde brilló una sonrisa maliciosa detrás de las lágrimas. Reynoso aprovechó aquel furtivo rayo de sol para consolarla. Pero no fue obra de un instante. Elena estaba muy ofendida, ¡mucho! Era preciso que el detractor cantase la palinodia, hiciese una completa retractación de sus errores.

El conde de Cotorraso persistía en defender al astro del día para excitar el ingenio de su detractor. El sol era quien animaba la Naturaleza, quien calentaba nuestro cuerpo aterido, etc.

Como véis, gústame leer a los escritores santos, o a los santos escritores. Y entre éstos el que más me place y divierte es San Juan Crisóstomo, un detractor furibundo del sexo femenino, que llama a la mujer «un mal necesario», «una tentación de la Naturaleza», «una fascinación mortal» y otras cosas por el estilo.