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Allí veis calles espaciosas, limpias y bien niveladas, casas elegantes, bonitos hoteles, edificios monumentales, tiendas vistosas y cafés bulliciosos, en fin, la ciudad moderna y confortable.

No es extraño dijo Rafael que se muera por España y por las españolas aquel inglés que veis allí enfrente y cuya cabeza descuella sobre todas las plantas del macetero. ¡Qué mal gusto! contestó Eloísa con un gesto de desdén. Dice continuó Rafael que no hay cosa más bonita en el mundo que una española con su mantilla, que es el traje que más favor les hace.

Ella pelea en , y vence en , y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser. ¡Oh hideputa bellaco, y cómo sois desagradecido: que os veis levantado del polvo de la tierra a ser señor de título, y correspondéis a tan buena obra con decir mal de quien os la hizo!

¿Veis cuanto decís, marido? -respondió Teresa-. Pues, con todo eso, temo que este condado de mi hija ha de ser su perdición. Vos haced lo que quisiéredes, ora la hagáis duquesa o princesa, pero séos decir que no será ello con voluntad ni consentimiento mío. Siempre, hermano, fui amiga de la igualdad, y no puedo ver entonos sin fundamentos.

Aquí había otra ruina de que ella era en parte responsable. ¿Qué véis en mi rostro, que contempláis con tal gravedad de expresión? preguntó el médico. Algo que me haría llorar, si para ello hubiese en lágrimas bastante acerbas, respondió Ester; pero no hablemos de eso. De aquel infortunado hombre es de quien quisiera hablar.

Un prado de fresas floridas se extiende, cual manto argentado, entre un prado de frambuesas y otro de grosellas. Por todas partes se huele el perfume penetrante de la acacia, tan agradable al olfato de los porteros. París adquiere a peso de oro la cosecha de Parthenay, y los bravos campesinos, a quienes veis caminar a paso lento, con una regadera en cada mano, son casi todos pequeños capitalistas.

Juan Claudio, repuesto de la emoción, dijo con acento firme: Jerónimo, Catalina, Materne y vosotros todos, ¿estáis muertos? ¿No veis aquella hoguera, más allá del Blanru? Es Piorette, que viene a socorrernos. Y en el mismo instante una profunda detonación repercutió en los desfiladeros del Jaegerthal, como ruido de tormenta.

Pero sobre los hombros de la figura negra, había una cabeza blanca con sus correspondientes cabellos rubios. Era, pues, un hombre lo que la duquesa había tomado por una aparición del otro mundo. ¡Chists! ¡no gritéis, mi buena doña Juana! dijo aquel hombre poniéndose un dedo sobre los labios ; ¿no veis que vengo solo y de una manera misteriosa?

Yo le dije: "Señor, hasta que dio las dos estuve aquí, y de que vi que V.M. no venía, fuime por esa ciudad a encomendarme a las buenas gentes, y hanme dado esto que veis."

26 y veis y oís que este Pablo, no solamente en Efeso, sino a gran multitud de casi toda el Asia, ha apartado con persuasión, diciendo, que no son dioses los que se hacen con las manos.