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Actualizado: 23 de junio de 2025
Pero no me cabe duda de que él, al notar cómo yo me conturbaba, fingió no oír la frase de Camucha. ¿Para qué fingió? ¿Sabe que yo lo quiero? ¿Lo adivinó en ese momento al pensar, lógicamente, que yo le había ocultado esa pasión? No puedo salir de las conjeturas". "14 de junio. "¿Por qué se habrán conocido? Tal vez ella hubiera sido feliz con otro. Yo, en cambio, sin él estoy perdida.
Deseando ella cortar la entrevista, fingió ceder, y dirigiéndose hacia el sitio donde el coche la esperaba, echó a andar diciendo: Bueno..., ahora déjame..., procuraré que nos veamos, cuando pueda ser..., pero tú mismo te persuadirás de que no debemos..., sería indigno de nosotros...; por piedad, déjame marchar, que es tarde.
Y se interpuso entre ella y la estribera del carruaje, cerrándola el paso. A pesar de su arrogancia, Elena se sintió emocionada por los ojos hostiles de la muchacha. Fingió, sin embargo, altivez, y pareció preguntar con un gesto: «¿Es realmente á mí á quien busca?...» Celinda la entendió, contestando con un movimiento afirmativo.
Para que el clérigo le dejase en paz y no le cansase más con sus sermones sosos y desprovistos de vida, de unción, don Víctor fingió ceder; y dijo que no haría ningún disparate, que meditaría, que procuraría armonizar las exigencias de su honor y aquello que la religión le pedía.... Entonces se alarmó don Fermín; creyó que había perdido terreno, y volvió a la carga.
Montó en el mail, supo coger las riendas en un momento en que Harvey se fingió cansado, y ejecutó vueltas perfectas á gran velocidad sin que pareciese hacer esfuerzo alguno. En el Havre visitó el yate y mostró tener el aplomo de un marino. Harvey, en una palabra, no pudo cogerle en falta en ningún punto y tuvo que reconocer que su futuro yerno era un sportman muy completo.
Petra prometió decir todo lo que hubiera. Fingió no recordar siquiera ciertas promesas de otro orden que a don Fermín se le habían escapado en el calor de la improvisación en aquella dichosa mañana del Vivero, de que estaba avergonzado.
Luisa, para lucir sus lindas manos, se compuso el peinado, afirmando las horquillas con la punta de los dedos. Teresa se acomodó en el asiento dejándome ver los pies, primorosamente calzados; luego, cerró de un golpe el abanico, fingió que arreglaba las varillas, bajó los ojos, y después de un rato de silencio, repitió, viéndome de hito en hito: ¿Conque de casa, eh? Me eché a reír.
Ana recordaba perfectamente cómo se llamaba aquel «tipo de ministro», pero no quiso decirlo; sintió que palidecía, por un frío de muerte que le subió al rostro; dio media vuelta, y disimulando cuanto pudo, se recostó en un árbol. Fingió entretenerse en rayar la corteza del tronco, y mudando de conversación, preguntó a Visita por un niño que tenía enfermo.
Allí estaban los pedagogos y Ricardo Tejeda. Me fué entrar. Todos se adelantaron a saludarme, menos mi amigo, el cual fingió que estaba muy engolfado en la lectura de «El Montañés». Mancebos y maestros de escuela me veían, de pies a cabeza, se miraban unos a otros, y sonrían maliciosamente. No dejaron de dirigirme algunas bromas. Ya es usted charro... me decía uno de los mancebos.
Una, muy bonita, le llamó con un signo, pero él fingió no advertirlo, y fue a colocarse en el mismo sitio que había dejado Muñoz, apoyándose también en la barandilla de la orquesta. Muñoz se arrepintió de no haberse detenido para preguntar a Raquel por Adriana. Vio a Fernando levantarse. Las dos muchachas quedaron solas.
Palabra del Dia
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