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Actualizado: 17 de mayo de 2025


¿Fea? ¡Nada de eso! ¿Quién ha dicho que es usted fea? No lo digo yo, ni lo dice nadie, y menos... Ricardo Tejeda. Encendióse la rubia al oír este nombre. Ricardo había sido su novio, lo sabía yo muy bien, él mismo me lo dijo en el Colegio, y Teresa no le perdonaba a mi amigo que, a poco de «terminar» con ella, hubiera visto con demasiado interés a la elegante y encantadora señorita.

Eres pobre... ¡cierto! pues estoy segura de que Gabrielita te preferiría a cualquier villaverdino, así la pretendiera Ricardo Tejeda, tu amigote, o el hijo de don Basilio, ese muchacho que es un bobo, que no sirve más que para contar a todo el mundo cuánto vale el traje que lleva, y cuánto el caballo en que montará dentro de pocos días. ¿No es verdad, Angelina? ¿No es verdad que para Rorró, sólo Gabriela?

De tiempo en tiempo recibía yo en el colegio algún regalo suyo: magníficas frutas, mangos cordobeses, piñas amatecas, y naranjas-limas. Algunas veces dinero, después que pasaba la cosecha del tabaco y del café. Al recibir los diez o doce pesos me decía: «¡Andrés está en fondos!» Y me alegraba yo por él y por mis tías. Cierta ocasión recibí una cajita de puros. Me la entregó Ricardo Tejeda.

¡Reguapa! ¡Linda como un sol! Eduardo se perece por ella. Entonces, ¿quién es el pretendiente de Angelina? ¡Adivina! ¿Jacinto Ocaña? ¡Dios nos libre! ¿Agustín Venegas? ¡Jesús me valga! ¿No te digo que es amigo tuyo?.... ¿Ricardo Tejeda? ¡El mismo que viste y calza! ¡No es rival temible! dije para . A veces iba yo a charlar en la botica de don Procopio Meconio.

«Acaso lleguen a tus oídos ciertas murmuraciones de las gentes de Villaverde. Dicen que soy novio de Gabriela. Ya me imagino quién inventó eso. Las Castro Pérez que odian a la señorita Fernández, o Ricardo Tejeda que ha estado muy enamorado de la niña. Hoy me le hallé en la botica, y no me habló, ni siquiera se dignó saludarme.

La rubia señorita era muy lista e hizo de su novio un marido discreto, laborioso y de excelentes costumbres. A mi juicio nunca fué calavera ni jugador. Sospecho que le calumniaron, que para el caso cualquiera ciudad se parece a Villaverde, y en todas partes abunban los amigos como Ricardo Tejeda y los señorones como Castro Pérez. Mi generoso rival cayó en la red, y se casó con Teresa.

Tendrás razón, hijo; aquí nadie se mueve; todos viven como cansados, como abrumados de fastidio. Saliste bien de tus exámenes, ¡ya lo sabemos! Nos lo dijo Ricardito Tejeda la noche que vino a visitarnos. El pobrecillo te quiere mucho. Nos contó que tenías mucho miedo.

Un fulgor de plata inundaba el horizonte, y allá, tras los picachos de la Sierra, surgía la luna llena, espléndida y magnífica. A las cuatro de la tarde ya todo estaba listo. Tía Pepilla arregló mi petaca en dos por tres, y concluída la faena me dijo cariñosamente, echándome los brazos: Rorró... ¿no vas a despedirte de tus amigos? ¿Amigos? ; el doctor, tu maestro, Ricardito Tejeda....

Allí estaban los pedagogos y Ricardo Tejeda. Me fué entrar. Todos se adelantaron a saludarme, menos mi amigo, el cual fingió que estaba muy engolfado en la lectura de «El Montañés». Mancebos y maestros de escuela me veían, de pies a cabeza, se miraban unos a otros, y sonrían maliciosamente. No dejaron de dirigirme algunas bromas. Ya es usted charro... me decía uno de los mancebos.

A Cosme de Xerez 400 rs. por el carro de la Asunción de nra. Señora. A Hernando Manuel 20 ducados por la danza de Torneo de á caballo. Al mismo por sacar la Tarasca, mojarrillas y dos salvajes. A Diego de Tejeda 400 rs. por un carro de Las Tiendas del mundo. A Pedro Montiel 40 ducados por el carro de los Desposorios de Cristo con la naturaleza humana «que tiene 7 figuras

Palabra del Dia

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