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Actualizado: 23 de junio de 2025
Ana fingió no oír, pero sus ojos la delataron, y brillando en la sombra, buscando a don Álvaro que había retrocedido un paso en la obscuridad, le pagaron con creces las delicias que aquellas palabras dejaron caer como lluvia benéfica en el alma de la Regenta. Es mía pensó don Álvaro con deleite superior al que él mismo esperaba en el día del triunfo.
Luego se volvió hacia Robledo: ¿Y usted, baila?... El ingeniero fingió que se escandalizaba. ¿Dónde podía haber aprendido los bailes inventados en los últimos años?
Sólo le contuvo la idea de que su amo se había reconciliado con la beata, lo cual deploraba en el fondo del alma, juzgándolo feo y peligroso. Obdulia fingió no advertir la frialdad de la buena señora. ¿Está en casa? preguntó con el mismo semblante risueño. Está... Voy a avisarle. No hay necesidad. Me ha mandado venir a estas horas y me estará aguardando.
Adriana, sintiéndose a punto de abrazar llorando a su tío, furtivamente se retiró a su cuarto, sin advertir que Muñoz la seguía. Cuando de pronto se vio sola con él, tuvo, azorada, la tentación de huir. Dominándose, fingió que había entrado a su habitación para buscar algo en la mesita de luz. Pero él, acercándose, le enlazó la cintura. Adriana, pálida de susto, se defendió.
Ninguno de aquellos cambios de conducta se ocultó seguramente a la perspicacia de Oliverio; pero fingió hallarlos muy naturales y nada me dijo, de nada se mostró extrañado y ninguna explicación me dio de las cosas que pasaban en su familia. Una sola vez, por todas, con una habilidad que me dispensaba casi de una declaración, me dio a entender que estábamos de acuerdo respecto al señor De Nièvres.
En vista de lo cual, aunque desconfiaba de la farsa, fingió aceptarla, considerándola como un modus vivendi necesario para sellar el vergonzoso pacto. El taponazo del Champaña le sacó de sus cavilaciones. Don Juan, alzando la espumante copa, le dijo, como si fuesen antiguos compañeros de calaveradas: Cuando dos caballeros quieren entenderse, no hay quien pueda con ellos.
Julia fingió vacilar, y por fin repuso: Bueno, pues vivimos en la calle de Don Pedro, número 20, la única casa que tié jardín con tapias mu altas que dan a otra calleja estrechisma. Pero ya le diré yo a usted cuándo tié que dir por allí, no vaya usted a ensuciarlo too por pricipitación. Corriente. ¿Vendrás mañana por la carta? Sí: agur, que se va a levantar el ama.
En seguida bajó los ojos, fingió turbarse, y terminó diciendo: Por Dios, don Quintín, déjeme usted vivir tranquila. Claramente comprendió el vejete que aquella mujer le consideraba como caballero, y además como peligroso. No le faltó más que oírse llamar guapo.
Fingió por eso la común alegría de las novias y se casó. Como luego, poco a poco, su imaginación cesó de volar a las nubes, y por otra parte José Luis, aunque siempre presumido, era un marido excelente, concluyó por hallar en el mundo la relativa felicidad. Adriana y Julio no volvieron a encontrarse. Viajó él por Europa y al fin se estableció en España.
Por fin, me harté. Un día me mandaron a la fuente con la chica, que ya tenía nueve años. La condenada fingió ir de buena gana, y a mitad de camino, escabullándose en los portales de la plaza, se metió a jugar en el corral de unas amiguitas. Allí se estuvo tres horas largas, mientras me volvía loca buscándola.
Palabra del Dia
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