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Si yo fuese él, preferiría tener desalquilado el piso antes que permitir que viviesen en él personas que deshonran la casa. ¡No seas bestia! ¿Para qué arrastrar por el arroyo al duque de La Tour de Embleuse y a su familia? Esas miserias, para que lo sepas, son como las llagas del barrio; todos nosotros tenemos interés en ocultarlas.

El temible senador, que se creía dueño de sus impresiones y hábil para ocultarlas en todo momento, casi dió un salto de sorpresa al escuchar á Flimnap. ¿Con qué derecho se atrevía el gobierno á disponer del Hombre-Montaña?

Su mujer y cuatro hijas pensaban de muy distinta manera. En vano quiso ocultarlas que el rayo amenazaba su hogar tranquilo. La casa de don Pompeyo se convirtió en un mar de lágrimas; hubo síncopes; doña Gertrudis cayó en cama. El infeliz Guimarán sintió terribles remordimientos: sintió además inesperada debilidad en las piernas y en el espíritu. «¡No que él se convirtiera! ¡eso jamás! pero ¡su Gertrudis, sus niñas!» y lloraba el desgraciado; y volviéndose del lado hacia donde caía el palacio episcopal enseñaba los puños y gritaba entre suspiros y sollozos: «¡Me tienen atado, me tienen atado esos hijos de la aberración y la ceguera! ¡desgraciado de ! ¡pero más dignos de compasión ellos que no ven la luz del medio día, ni el sol de la Justicia». Ni aun en tan amargos instantes insultaba al obispo y demás alto clero. Tuvo que transigir; tuvo que tolerar lo que al principio le sublevaba sólo pensado, que sus hijas se moviesen, que sus amigos pusieran en juego sus relaciones para que el obispo se metiera el rayo en el bolsillo.... Se consiguió, no sin trabajo, y sin necesidad de que don Pompeyo se retractase de sus errores. Se echó tierra al ateísmo de Guimarán.

Quiso el príncipe leer los títulos de las partituras, y Spadoni intentó ocultarlas con una precipitación cómica. ¡Verdaderas porquerías!... No hay que mirar eso, Alteza. En esta Costa Azul, cuando las señoras entradas en años no encuentran ya quien las ame, se dedican á escribir romanzas ó bailes de gran espectáculo, y el Casino acepta sus obras para no disgustarlas.

El viaje de Sacramento y su marido duró más de un año: al volver estaban ya desavenidos. En un principio el barón, como caballero que repugna publicar su desacierto, transigió con las que llamaba genialidades y ligerezas: luego trató de ocultarlas, y cuando ni esto pudo, fingió ignorarlas.

Impresionada la señora Desnoyers por estas profecías, no podía ocultarlas á su familia. Chichí se indignaba contra la credulidad de la madre y el germanismo de su tía.

Se nos ha asegurado por personas inteligentes, que la Corte de Madrid se opuso á la reproduccion de este escrito, y no podemos atinar con el objeto de esta prohibicion: porque si fué, segun se cree, por el recelo de que se divulgasen las noticias, de los puntos vulnerables de estas colonias, que daba el P. Falkner, de nada servia ocultarlas en España, mientras que circulaban libremente en el extrangero.

Difícil era averiguar las emociones tristes o placenteras que cruzaban por el alma de Cecilia, aunque no imposible. No sabemos si ponía empeño en ocultarlas o era forzada a ello por su misma naturaleza. Lo cierto es que en la casa, hasta sus mismos padres las desconocían casi siempre.

Muchos, ó los mas creen imposible que sea cierta dicha relacion, arguyendo que de serlo hubieran salido dichos Césares en busca de otros españoles; pero se les responde que no es de maravillar esta omision en ellos, cuando la nuestra es mayor en no haberlos procurado buscar, sabiendo que hay distancia cierta hasta la costa del mar, que corre desde el estrecho de Magallanes hasta la Bahia de San Julian, en cuyo intermedio es preciso que estén, si no es fabulosa su existencia: y que es de persuadirse que los indios sus comarcanos les ponderarian que es imposible llegar por entre naciones bárbaras, y caminos inaccesibles, á abrir comunicaciones con los demas españoles de estos reynos: porque la política de los indios, aunque bárbaros, será engañarlos, para que no haya motivo de que los españoles los conquisten, y descubran las riquezas de que no quieren usar; lo que observan rigurosamente, solo por ocultarlas á los españoles: por conocer que ni dominacion, ni comercio han sido la epidemia de infinidad de indios que habitaban antes las tierras, que al presente tienen pobladas los españoles.

Los más bellos y elevados preceptos de los grandes hombres, degeneran y se pervierten al realizarse por sectarios y continuadores. Pepe Castro, aunque advertía estas deficiencias e imperfecciones de su discípulo, no se las echaba en cara. Antes, con la nobleza propia de los grandes caracteres, extendía sobre él su clemencia para perdonarlas y ocultarlas.