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Ella sacudió la cabeza; pero en el mismo instante dos lágrimas destacábanse lentamente de sus grandes ojos: sintiólas correr sobre sus mejillas; hizo un gesto de despecho, luego arrojándose repentinamente sobre la cruz de granito, cuya base le servía de pedestal, abrazóla con sus dos manos, apoyó fuertemente su cabeza contra la piedra, y la sollozar convulsivamente.

¡Mi madre convertida en criada de monjas! gritó con rabia. Los ojos se le arrasaron de lágrimas, y al cubrirse el rostro con las manos, por no entristecer más a su padre, vio que su precaución era inútil: el viejo lloraba también. ¡Padre, padre de mi alma, nos vamos a quedar solos! dijo, arrojándose en sus brazos. no me dejarás, ¿verdad, hijo?

Y arrojándose desnuda, sin miedo al frío, en una butaca, rompía a llorar, furiosa; a llorar sin lágrimas, como los niños mimados, y gritaba: «¡Yo no quiero! ¡Yo no puedo! ¡Yo no sirvo!».

Pero éste, que debía estar en guardia, tiró de una daga é hirió mortalmente á Lorenzo Gómez, escribano que se hallaba presente, y luego azuzó á un perro mastín que tenía consigo, el cual era de tan fiera condición que, arrojándose sobre los corchetes, comenzó á dar dentelladas á unos y á otros, produciendo graves mordeduras á todos aquellos que habían intentado apoderarse de su amo.

¡Libre! ¡libre, madre mía! exclamó arrojándose en los brazos de la duquesa y riendo y llorando á un tiempo ¡libre! y ¡libre de todo cargo! ¡Ah! ¡gracias á Dios! Y no podía eso ser de otro modo, porque Dios no podía querer mi desesperación; pero la reina os espera.

Júntanse muchos en la plaza con buen orden, echan al aire una pelota, y luego, no con las manos, sino con la cabeza, la rebaten con maravillosa destreza, arrojándose aún en tierra para cogerla.

¿Qué noticias me traéis, señora? exclamó anhelante la joven arrojándose al cuello de doña Juana de Velasco. La duquesa miró en torno suyo, y al ver que habían quedado solas, exclamó llorando: ¡Ah! no nada; ¡desdichado hijo mío! Me habíais hecho concebir una esperanza, dijo con desaliento doña Clara.

¡Señor! ¡señor! exclamó Montiño arrojándose á los pies del duque y con los brazos abiertos ; puesto que lo sois todo en España, y que yo soy inocente, porque quien mata sin querer no mata, salvadme, señor, salvadme. Levantáos, levantáos, Montiño, y nada temáis; se le echará tierra al muerto, se romperá el proceso... ¡Ah señor! ¡piadoso señor! ¡Mi vida!... Merecéis que se os ampare.

Algunos dicen que hay allá abajo un resoplido de aire que sale de las entrañas de la tierra, como cuando silbamos, el cual resoplido de aire choca contra un chorro de agua, se ponen a reñir, se engrescan, se enfurecen y producen ese hervidero que oímos de fuera. ¿Y nadie ha bajado a esa sima? No se puede bajar sino de una manera. ¿Cómo? Arrojándose a ella.

En este sitio de Córdoba por Mohammad y el rey D. Pedro fue aportillado el muro por varias partes y tomado el Alcázar. Cuentan que en tan grave apuro salieron las mugeres á la calle logrando infundir tal valor en el ánimo de los sitiados, que arrojándose estos de improviso sobre el enemigo, le rechazaron con muerte de muchos y le obligaron á levantar el campo.