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Lo que van ustedes a oír, para que admiren los juicios de Dios y le bendigan por verme aquí salvo y libre; gracias a que tengo buenas piernas. La abuela y la madre se quedaron sobresaltadas al oír aquellas palabras que anunciaban graves acontecimientos. Cuenta, hombre, di, ¿qué ha sucedido? volvieron ambas a exclamar ; mira que tenemos el alma en un hilo.

Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegado a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo.

Las aves de corral, recién dormidas, se despiertan sobresaltadas. Todo el mundo está en pie: palomas, patos, pavos, pintadas. El corral anda revuelto: las gallinas hablan de pasar en vela la noche. Diríase que cada carnero ha traído entre la lana, juntamente con un silvestre aroma de los Alpes, un poco de ese aire vivo de las montañas que embriaga y hace bailar.

Las dos tienen los brazos cruzados so el delantal; una cierra los ojos y echa la cabeza sobre el pecho; otra, las puntas del pañuelo cogidas en la boca, echa hacia atrás la testa y mira de cuando en cuando con los ojillos entornados... Pasan dos, tres estaciones; cruza el convoy sobre una redoblante plataforma giratoria. Las viejas se remueven sobresaltadas.

Hallóle paseándose por el patio de su casa, y, viéndole, se dejó caer ante sus pies, trasudando y congojosa. Cuando la vio Carrasco con muestras tan doloridas y sobresaltadas, le dijo: ¿Qué es esto, señora ama? ¿Qué le ha acontecido, que parece que se le quiere arrancar el alma? -No es nada, señor Sansón mío, sino que mi amo se sale; ¡sálese sin duda!

Aparecen las actrices sobresaltadas, los rostros embadurnados, prendiéndose aún los últimos alfileres, y luego, gallardas en medio de su inquietud, se dirigen hacia el escenario. Pasa un actor, rígido, aparatoso, con una enorme nariz ciranesca y un bigote postizo. El recién llegado le interroga: ¿Tiene usted la bondad de decirme: el señor X...?