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Dice, por último, que algunos pasos parecerán acaso lánguidos, porque la escritura carece de la sonoridad de la música y de la pompa de la maquinaria, siendo, por tanto, indispensable que el lector, con su imaginación, supla estas galas que le faltan. Para comprender cómo desenvolvía Calderón aisladamente estos principios generales de sus autos, extractaremos los argumentos de algunos.

Es preciso ajustarle bien las cuentas...». La cojita se presentó otra vez en el corrillo mostrando la enorme llave de la perrera; la esgrimía como si fuera una pistola, con amenaza homicida. Realmente estaba furiosa, y el topetazo de su pie duro sobre el suelo tenía una violencia y sonoridad excepcionales. En esto llegó Fortunata trayendo una botella, que al punto le arrebató Sor Marcela.

El aire silencioso temblaba con exagerada sonoridad, repitiendo la caída de un remo en las barcas, pequeñas como moscas, que se deslizaban abajo por la copa del golfo, prolongando las voces femeninas é invisibles que se perseguían en las arboledas de las alturas. Los sirvientes fueron de mesa en mesa colocando bujías encerradas en faroles de papel.

Nada, como le decía á usted, amigo Isagani, peroraba Sandoval haciendo grandes gestos y sacando una voz armoniosa para que las vecinas del palco, las hijas del rico que debía á Tadeo, le oyesen; nada, la lengua francesa no tiene la rica sonoridad ni la varia y elegante cadencia del idioma castellano.

Apenas desplegaba los labios Madariaga, el alemán movía la cabeza apoyando por adelantado sus palabras. Si decía algo gracioso, su risa era de una escandalosa sonoridad. Con Desnoyers se mostraba taciturno y aplicado, trabajando sin reparar en horas. Apenas le veía entrar en la Administración, saltaba de su asiento irguiéndose con militar rigidez. Todo estaba dispuesto á hacerlo.

En el centro de su baranda, situada sobre el arranque de la escalera, frente a la puerta de la calle, estaba el escudo en piedra de los Febrer, con un farolón de hierro forjado. Jaime, al descender, chocaba su bastón en la piedra arenisca de los escalones o tocaba las grandes ánforas barnizadas que adornaban los rellanos, y éstas devolvían el golpe con una sonoridad de campana.

La buena mujer, muy conmovida, se aleja sin poder responder. El gran salón se halla casi desierto. El señor Aubry va a levantar la sesión, cuando el ujier llama con voz sonora: ¡Juan Durand! Estas dos palabras, que hace tanto tiempo resonaron en el vasto salón de la alcaldía de la plaza de San Sulpicio, ¿por qué prodigio, su sonoridad llena aún los oídos de Juan?

Después un coro de voces lúgubres entonaron la primera estrofa del De profundis. Ya estaba allí la parroquia, ¡Abajo el muerto! Y en el salón sonaron los golpes del martillo sobre las tachuelas del féretro, que el eco repetía con extraña sonoridad. En la plazuela, los balcones estaban repletos de gente, como si esperase el paso de una procesión.

Y mezclados con ellos, abrumándoles con la importancia de su pasado, los veteranos del arte, los que hicieron las delicias de una generación casi desaparecida: tenores con canas y dientes postizos; viejos fuertes y arrogantes que tosen y ahuecan la voz para hacer ver que aún conservan la sonoridad del barítono; gente que pone en movimiento sus ahorros, con esa tacañería italiana comparable únicamente a la codicia de los judíos y presta dinero o abre tienda después de haber arrastrado sedas y terciopelos sobre las tablas.

Le absorbían las noticias de Roma, las intrigas de los diplomáticos alemanes, la posibilidad de que Italia entrase en la guerra. Luego, en las calles solitarias, el marino tropezó con la misma preocupación. Retumbaban sus pasos bajo la luz del sol con una sonoridad igual á la de los subterráneos de huecas tumbas.