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Debe adoptarse para La Santa María la de hierro más sencilla, teniendo en cuenta que su construcción era ligera y económica. Llevaban tapas de regala muy gruesas formando bordón saliente. En los castillos de popa y proa se formaba un almenado de tabla para defensa de los arqueros ó se colgaban los paveses blasonados de los combatientes, de donde vino luego la pavesada.

Un instante después, era introducido en un pequeño salón tristemente embaldosado; sobre la pálida tapicería que cubría las paredes, se oprimían una docena de retratos antiguos, blasonados con el armiño ducal; arriba de la chimenea vi relumbrar un magnífico reloj de concha incrustada de cobre, coronado por un grupo que figuraba el carro del sol.

Detrás, presidiendo la comitiva, como muda invitación hecha al público para asociarse a la fiesta, iban en las carrozas municipales media docena de señores de frac, tendidos en los blasonados almohadones, llevando sobre el vientre, como emblema concejil, la roja cincha y saludando al público con un sombrerazo protector.

Más allá, en cuanto del camino abarcaba la vista, se extendía sin cesar columna tras columna, como un río de acero, dominado por airosas cimeras, gonfalones y blasonados escudos.

Era la época de las cavatinas, cuarteadas con acompañamientos rudimentarios; Lohengrin bebía mosela en los vidrios blasonados de Baviera; el Trovador era la ópera con Mirati y Tamberlick; eras el drama con la Rodríguez y la Bigones, con Enamorado y Vilardebó. ¡El teatro de la Victoria era tu campo de batalla! ¡Oh, mis buenos y bravos cómicos, aquella noche estaban todos!

De muy antiguo databa la resolución del Consejo de que siempre que saliera gente de a caballo de la ciudad, en servicio del Rey, «hubiese de ser su caudillo o adalid descendiente del noble Blasco Ximeno, el reptador, e no de otro linaje. Otrosí su pendonero o alférez». En la antigua iglesia de San Pedro puede verse la capilla de los Serrano y sus blasonados sepulcros vetustamente roídos.

Marquesas y duquesas, que habían venido en coches blasonados, y otras que no tenían título pero mucho dinero, desfilaron por aquellas salas y pasillos, en los cuales la dirección fanática de Sor Natividad y las manos rudas de las recogidas habían hecho tales prodigios de limpieza que, según frase vulgar, se podía comer en el suelo sin necesidad de manteles.

Era un viejo loco, beodo y mal vestido, que arrojaba dinero a la chiquillería, que hacía befa de su extraña liberalidad y le tiraba piedras. Cuando murió, las comadres hicieron grandes aspavientos viendo llegar coches blasonados y fulgentes uniformes. Creían que su vecino no era sino un mendigo estrafalario.