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Pero siendo el Palacio Real uno de los grandes prodigios de la monarquía absoluta, claro es que al pasar aquel régimen, debió perder no poco de su antiguo esplendor. En espacio es en lo que menos ha perdido, y tres calles se han hecho á expensas de sus encantadores jardines; las calles de Valois, de Beaujolais y de Montpensier.

XXXV, y anota el colector que el nuevo Papa de referencia era León XI, elegido el 1.º de abril de 1605, muerto el 27 del mismo mes. Las damas, Carlota de Montmorenci, mujer de Carlos de Valois, Conde de Auvergne, y Margarita de Montmorenci, casada con Anne de Lévis, Duque de Ventadour. Ex.^mo Sr.

Ya iba a abandonar la partida, cuando el título de un librito me hizo prorrumpir en un grito de alegría. Eran las biografías de los reyes de Francia hasta Enrique IV inclusive. Tenía adjunto un grabado bastante bueno, representando a Francisco I, vestido con el espléndido traje de los Valois. Lo examiné con asombro. ¿Y es posible me dije, que haya hombres tan lindos como éste?

Aquí, en esta misma cámara murmuró con miedo , murió la reina doña Isabel de Valois. La duquesa se detuvo. Dicen continuó que la envenenó, por celos de su hijo, el rey Felipe II. La camarera mayor, que hemos dicho era supersticiosa, empezó á encontrarse mal, á tener miedo en el dormitorio. ¿Servirían estos pasadizos dijo para que el rey observase á su esposa? Detúvose de nuevo la duquesa.

Verdaderamente el Ágora de Peñascosa recuerda, más que la asamblea griega que le ha dado nombre, la tertulia de la reina de Navarra, aquella gozosa y poética reunión de hermosas damas y caballeros, donde rebosaba el ingenio y de la cual tanta gallarda invención ha salido. No llevaremos, sin embargo, nuestro afán de similitudes hasta comparar a D. Gaspar con Margarita de Valois.

Así pues, la Francia que en tiempo de Cárlos VIII habia rechazado á los arquitectos ultramontanos que en su comitiva llevaba aquel rey de vuelta de sus descabelladas empresas bélicas, sin tomar de ellos mas que tal cual mascaron ó tal cual capitel antiguo, recibió con los brazos abiertos á los artistas que le dieron Luis XII y Francisco I, y bajo los reinados de los últimos Valois y de los primeros príncipes de la línea Robertina hasta Luis XIV, en que se inauguró una nueva era para la arquitectura francesa, no cesó de enviar á Italia sus mas privilegiados genios para que se educasen en los principios que con tanto éxito habian establecido en Nápoles, Florencia y Roma, los Masuccios, los Brunelleschis y los Bramantes.

Ante las figuras sobresalientes y conspicuas de D. Juan III, la reina doña Catalina, la princesa doña Juana, el mismo emperador Carlos V, el duque de Alba, el rey D. Sebastián, Isabel de Valois, el príncipe D. Carlos, y en fin, el propio rey don Felipe, el discreto hidalgo portugués no puede menos de resultar obscurecido.

Capital en ese tiempo del ducado de Borgoña, Hugo Capeto la incorporó á su corona, y mas tarde vino á ser patrimonio de la casa de Valois y base de esa rama real de Orleans, cuyas luchas seculares con la rama mayor han sido tan interesantes en la historia de Francia y subsisten aún.

A este famoso maestro, en cuya escuela recibió parte de su instrucción literaria, se le encargó que escribiese las poesías para llorar la muerte de Isabel de Valois, en cuyo trabajo le ayudó su discípulo. Al describir estas exequias, alaba el maestro á Cervantes, autor de un soneto, una elegía y algunas redondillas, y le llama su querido y amado discípulo. Tenía entonces veintiún años.

á la duquesa murmurar algunas frases acerca de lo que se cuenta en las apariciones en el alcázar de la desgraciada Isabel de Valois, y de repente sonó un portazo; cayóse el candelero de las manos de la duquesa, quedó el dormitorio á obscuras, y una voz de hombre que amenazaba á la duquesa con revelar no qué secretos suyos si no callaba acerca de lo que sucedía.