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Anchusa y Luschía llevaron los caballos y no quedaron con el cura más que unos ocho hombres, contando con Bautista, Zalacaín y Joshé Cracasch. Acompañad a éstos dijo el cabecilla a dos de sus hombres, señalando a los campesinos y al cura. Vosotros é indicó a Bautista, Zalacaín, Joshé Cracasch y otros dos hombres armados id con la señora, la señorita y este viajero.

Bajaron primero dos campesinos vascongados y un cura; luego, un hombre rubio, al parecer extranjero, y después saltó una muchacha morena, que ayudó a bajar a una señora gruesa, de pelo blanco. Pero Dios mío, ¿adónde nos llevan? exclamó ésta. Nadie le contestó. ¡Anchusa! ¡Luschía! Desenganchad los caballos gritó el Cura . Ahora, todos a la posada.

Los hombres que espiaban el paso fueron acercándose a la venta, ocultándose por los lados del camino. El coche iba casi lleno. El Cura, el Jabonero y los siete u ocho hombres que estaban con ellos se plantaron en medio de la carretera. Al acercarse el coche, el Cura levantó su garrote y gritó: ¡Alto! Anchusa y Luschía se agarraron a la cabezada de los caballos y el coche se detuvo.

, el mismo Monserrat, en Ormaiztegui. ¡Pobre gente! A otro, llamado Anchusa, de la partida del Cura, debía usted también conocer... , lo conocía. A ese lo mandó fusilar Lizárraga. Y al Jabonero, el lugarteniente del Cura... ¿También lo fusilaron? También.

No temáis dijo . Si cumplís bien, nada os pasará. Nada tememos contestó Martín. Fueron los tres a la cocina de la posada, y el Jabonero se mezcló entre la gente de la partida, que esperaba la cena. Se reunieron en la misma mesa el Jabonero, Luschía, Belcha, el corneta de Lasala y uno gordo, a quien llamaban Anchusa.