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Tal era la historia de Joshé Cracasch, que contó Dantchari, el Estudiante, con algunos latinajos más de los que pone el autor. Al tercer día de estar en la venta, la inacción era grande, y entre el Jabonero y Luschía acordaron detener aquella mañana la diligencia que iba desde San Sebastián a Tolosa.

Anchusa y Luschía llevaron los caballos y no quedaron con el cura más que unos ocho hombres, contando con Bautista, Zalacaín y Joshé Cracasch. Acompañad a éstos dijo el cabecilla a dos de sus hombres, señalando a los campesinos y al cura. Vosotros é indicó a Bautista, Zalacaín, Joshé Cracasch y otros dos hombres armados id con la señora, la señorita y este viajero.

Su madre le preparó ropa limpia y le advirtió que tuviera cuidado con lo que decía y que fuera prudente, pues la colocación podía ser un modus vivendi para él. Cracasch prometió ser prudentísimo. Llegó el primer día a casa de Arizmendi y preguntó por el amo. Salió a abrirle una muchacha, y poco después se presentó un señor. La muchacha le dijo que dejara la boina en el colgador.

Hará un año próximamente que un indiano rico llamado Arizmendi, y que dicen que ha sido pirata... yo no lo , relata refero, llegó al pueblo. Como digo, este señor le preguntó al párroco: ¿Qué profesor de música le podría yo poner a mi chico? El mejor, José Cacochipi contestó el cura. Le hablaron a Cracasch y éste se encogió de hombros y dijo que bueno.

Lo primero que se le ocurrió a Cracasch, un día que se le figuró que ya tenía confianza con la familia de Arizmendi, fué, a los postres, imitar el ruido del tren; luego intentó cantar una canción que en la taberna tenía mucho éxito. En esta canción se hace como si se tocara la flauta y el bombo, y como si se comiera en una cazuela, y luego medio se desnuda uno mientras canta.

A esta gente no les hace gracia nada murmuró. Un día, apareció a dar la lección con la cara pintada con varios lunares y no hizo efecto; otro, ayudado por su discípulo, ató los cubiertos a la mesa... y nada. ¿Qué tal, Cracasch? le preguntaba alguno en la calle . ¿Cómo va la familia de Arizmendi? ¡Ah! Es una gente que nada le gusta. contestaba él . Se hacen cosas bonitas para divertirles... y nada.

Este muchacho se llamaba José Cacochipi y algunos, a sus espaldas, le decían José Cracasch o sea en castellano José Manchas.

Llevaba el traje lleno de lamparones, la boina sucia, el pelo largo, se olvidaba la corbata. Era una verdadera calamidad. Por eso se le llamaba Joshé Cracasch, y a él no sólo no le ofendía el apodo, sino que le hacía gracia; en cambio su madre, André Anthoni, se ponía como una fiera cuando oía que a su hijo le daban este mote.

Martín y Bautista le preguntaron varias veces qué le pasaba para estar tan triste, si es que le dolían las muelas, si tenía las digestiones lentas, disgustos de familia o algún desorden en la vejiga; a todas estas preguntas contestaba Cacochipi, alias Cracasch, diciendo que no le pasaba nada, pero suspiraba como si le ocurrieran todas esas calamidades al mismo tiempo.

Llevaban sus amores el camino de pasar a la historia sin llegar al primer capítulo, cuando el hijo de un boticario se encargó de darles una solución. Quería burlarse de Joshé y escribió una carta de amor grotesca a la hija de Arizmendi, firmando Joshé Cracasch.