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Estos dos convencimientos le impulsaron a mudarse de traje, a cortarse el pelo, a ponerse una boina nueva y a no permitir que nadie le llamara Cracasch. Oye, Cracasch le decía alguno en la calle. ¡Hombre! Creo que me has llamado Cracasch decía él. , ¿y qué? Que no quiero que me vuelvas a llamar así. Pero hombre, Cracasch... Toma y Joshé empezaba a puñetazos y a golpes.

Como el tal Cacochipi constituía un misterio, Martín preguntó a Dantchari, el Estudiante, si por ser tolosano sabía la historia de su conterráneo y amigo, y el exseminarista dijo: Si no le decís nada, os contaré la historia de Joshé, pero habéis de prometerme no burlaros de él. No nos burlaremos de él ni le diremos nada.

¡Bautista! exclamó Martín . Corre a Hernani, busca gente y tráela. Nosotros nos defenderemos aquí un momento. Iré yo dijo Joshé Cracasch. Bueno, entonces deja el fusil y las municiones. Tiró el músico el fusil y la cartuchera y echó a correr, como alma que lleva el diablo. No me fío de ese músico simple murmuró Martín . Vete , Bautista. La lástima es que quede un arma inútil.

Una mañana de otoño, tendría yo entonces catorce o quince años, vino Recalde, antes de entrar en clase en la Escuela de Náutica, y nos llamó a Zelayeta y a . Una goleta acababa de encallar detrás del monte Izarra, cerca de las rocas de Frayburu. Recalde el Bravo, padre de nuestro camarada Joshe Mari, y otro patrón, llamado Zurbelcha, habían salido en una trincadura para recoger a los náufragos.

El día de Carnaval, Joshé Cracasch tuvo una idea de las suyas y fué convencer a su discípulo para que sacara los trajes de su madre y de una hermana. Se disfrazarían los dos y darían a la familia Arizmendi una broma graciosísima. Ahora que se van a reir decía Cacochipi en su interior.

Joshé no ha tenido hasta hace poco más pasión que la música. Quisieron hacerle estudiar para cura y ordenarle in sacris, pero fué imposible. Se puede decir de él que es músico per se y hombre per accidens. Durante muchos años se ha pasado ocho o nueve horas en el piano haciendo ejercicios y, como no ha tenido alma más que para la música, en todo lo demás ha sido un descuidado horrible.

Al salir Arizmendi con su mujer y sus hijas de misa, Cacochipi y su discípulo cayeron sobre ellos y les dieron un sin fin de apretones y de golpes; Joshé recordó a Arizmendi que tenía dentadura postiza, a su mujer que se ponía añadidos y a la hija mayor el novio con quien había reñido, y después de otra porción de cosas igualmente oportunas se marcharon las dos máscaras dando brincos.

Llevaban sus amores el camino de pasar a la historia sin llegar al primer capítulo, cuando el hijo de un boticario se encargó de darles una solución. Quería burlarse de Joshé y escribió una carta de amor grotesca a la hija de Arizmendi, firmando Joshé Cracasch.

Aquellas palabras duras del señor Arizmendi, más que ofender le extrañaron. Joshé no tenía ninguna malicia, toda su vida la había pasado pensando en la música, y de otras cosas nada sabía.

¿Para qué? replicó Joshé y luego, dirigiéndose al señor, le preguntó: ¿Es la criada, eh? No, esta señorita es mi hija contestó fríamente el señor Arizmendi. Cracasch comprendió que había dado un tropiezo y para enmendarlo, dijo: Es muy guapa. ¡Ya se parece a usted, ya! No. Si es hijastra mía contestó el señor Arizmendi. Ja, ja... ¡qué risa!... Ya tendrá novio, eh.