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Cuando Marroquín escribía, uno de los trabajos mayores era pelear con aquel vello de la muñeca, que le borraba a lo mejor los renglones: no tenía otro remedio que metérselos a cada momento debajo del puño de la camisa; pero a veces se impacientaba terriblemente. ¡Estos pelos indecentes!

El día 16, después de haber pasado un gran miedo, gozamos lo indecible cuando les vimos llegar de la barca de Menjíbar, derrotados y con su General muerto. ¡Cómo corrían por esas calles, y qué gritos daban, y qué cosas tan atroces e indecentes echaron por aquellas bocazas! ¡Así se vengaban los muy perros! ¿Pues qué creéis?

En el siglo XVI aparecieron muchos bailes nuevos, que á causa de sus movimientos lascivos y posturas indecentes movieron mucho escándalo, aunque fueron muy aplaudidos por la multitud, y hasta casi hicieron olvidar los antiguos, más decorosos.

«, señora replicó la criada : todo eso traeremos, y luego nos vamos a la cárcel, para ahorrar a los tenderos el trabajo de llevarnos. ¿Pero usted se ha vuelto loca? Para esta noche haré unas sopas de ajo con huevos, y san sacabó. Crea usted que a ese caballero le sabrán a gloria, acostumbrado como está a comistrajos indecentes. Bueno, mujer. Se hará lo que quieras.

Cansado de hacer solitarios, Olmedo se puso a contar cuentos indecentes, lo que a Maximiliano le pareció muy mal.

Espérese, que se me está ocurriendo darle el dinero». Rosalía se sentó, y alegrósele el alma con estas palabras. Aquel diablillo que tenía delante y que le hacía mil muecas indecentes, tornose humano y aun agradable. «Son las dos y cuarto» suspiró la de Bringas sin poder dejar de sonreír, y encontrando una gracia particular en la boca grande y en la dentadura mellada de Refugio.

En cierta ocasión, estando confesándose, le dijo el cura: «sea usted modesta en el vestir y no haga ostentación de esas naturalezas...». «¿Qué, señor?». «Eso, la delantera». Por esto, al oír hablar de Naturaleza y de pecado, creyó que se referían a aquellas partes que debe cubrir el recato, y dijo escandalizada: «¡Vaya unas conversaciones indecentes que sacan ustedes!». «Indecentes no, hija».

Ya le he dicho á usted que esas comitivas me parecen muy indecentes, y si esa niña quisiera prestarse á ser escándalo de la Corte, no entraría más en esta casa. Por parte suya, no dudo que consintiera, porque es tan aficionada á coquetear por ahí, que si la dejaran había de estar todo el día en la calle detrás de los hombres. Pero no ... no me hable usted de eso.

Ya entiendo, ya.... ¡Corazones de perro, lenguas de escorpión! Una señorita que es la honradez en persona, de una familia tan buena, no despreciando a nadie..., ¡y calumniarla, y para más con un ordenado de misa! ¡Liberaluchos indecentes, de éstos de por aquí, que se venden tres al cuarto! ¡Pero cómo está el mundo, Naya, cómo está el mundo! Pues también añaden....

Ellas, con sus alardes de españolismo y sus algaradas aristocráticas, habían conseguido hacer el vacío en torno de don Amadeo de Saboya y la reina María Victoria, acorralándolos en el palacio de la plaza de Oriente, en medio de una corte de cabos furrieles y tenderos acomodados, según la opinión de la duquesa de Bara; de indecentillos, añadía Leopoldina Pastor, que no llegaba siquiera a indecentes.