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Solia haber por aquellos tiempos en las fronteras de las dos Españas turbas de hombres medio salvages cuyo único placer era la guerra, cuyos únicos medios de subsistencia eran las sangrientas algaradas que hacian á cada paso en pueblos enemigos. Este hombre oscuro los llamó y les comunicó su intento.

Do quiera, hasta en los días de algaradas Era Rizal artista en las veladas. Siempre sus poesías Eran una escultura, O luciente pintura, De sublimes, vibrantes melodías Que por los mares y hasta por los aires Transportaba, en patrióticos donaires, Su artístico altar de estro divino, Del suelo filipino Amor de sus amores, Búcaro inmenso de orientales flores.

El Círculo Rojo dijo Borrén . Están obsequiando a los delegados de Cantabria. ¡Llegar por mar ahora mismo y tener humor para correrla! exclamó el teniente . ¡Lástima de naufragio! ¿A usted qué le parece de estas algaradas, Sobrado? ¿Qué me ha de parecer? Que antes de dos meses nos embromarán allá por Navarra los del Terso.... ¡Quia! Eso nunca, hombre. Eso murió, y los muertos no resucitan.

Todo español era soldado. Las continuas algaradas, cabalgadas y rebatos en los límites de los reinos musulmanes y cristianos obligaban al labriego a arar la tierra con las armas prontas. Una operación agrícola costaba muchas veces una batalla. El árabe le enseñó a cabalgar en corceles indómitos; la tradición del país, que databa de los auxiliares de Aníbal, hacía de él un peón infatigable.

Sin duda fiaba más en los motines y algaradas que a cada momento había manifesté yo. El catalán, que hacía lo menos cinco minutos que no hablaba y estaba pesaroso, cogió la ocasión por los cabellos para interrumpirnos diciendo con sonrisa entre humilde y petulante: ¡La restaurasión! ¡Je, je! La restaurasión; aquí donde ustedes ma ven, si no es por no sa hase.

Ellas, con sus alardes de españolismo y sus algaradas aristocráticas, habían conseguido hacer el vacío en torno de don Amadeo de Saboya y la reina María Victoria, acorralándolos en el palacio de la plaza de Oriente, en medio de una corte de cabos furrieles y tenderos acomodados, según la opinión de la duquesa de Bara; de indecentillos, añadía Leopoldina Pastor, que no llegaba siquiera a indecentes.

La inmensa catedral recibia de vez en cuando en sus escasas capillas los inanimados despojos de los mas nobles y valerosos caballeros, muertos en deplorables lides intestinas ó en gloriosas algaradas y defensas contra la morisma; pero no interrumpian su solemne silencio las tareas de los bulliciosos y alegres artesanos.

Mas ¿quién es? ¿Cuál es su nombre? ¿Cómo la viste?... Porque me hayas ofendido con tu abandono, ¿quieres ofenderme más con tu culpable silencio y criminal reserva? La hora del peligro pasó ya, y las entradas y algaradas en tierra de cristianos las guardo hasta mejor tiempo; para hacer más doloroso el mal es fuerza dar a los hombres algún aliento y descanso.

Lo que Roma vió fué un libro, y lo que los estudiantes y los latinistas ven es la figura de Jugurta el númida con su bornoz blanco, en el negro caballo, haciendo razias o fantasías, o algaradas, delante de las legiones.

Amén de estos recreos al pormenor, y los que no se puntualizan aquí, porque no hay para qué puntualizarlos, la sociedad tenía otros en común, como ciertas algaradas de estruendo, ora en el Hipódromo en los días de carreras, ora en la del Prado y de la Castellana, disfrazados los socios de canes lanudos, y amontonados y latiendo en sus perreras, en las tardes de Carnaval.