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Mientras seguía paladeando, con aparente sosiego, las cañas que le ofrecían, no dejaba de comérselo con los ojos, embargado por una rabia sorda que no tardó en estallar. Sus ojos, que eran lo único móvil en su fisonomía impasible, brillaban cada vez más feroces, semejando los de un loco cuando le han puesto la camisa de fuerza.

Calles tortuosas, estrechísimas y en laberinto inescrutable, sucias y con detestable pavimento; casas de una irregularidad absoluta, monstruosas, negras, desmanteladas muchas, semejando verdaderos palomares, agrupadas á la ventura y como encaramadas unas sobre otras.

Le advierto á usted dije con timidez que yo no he puesto jardín, sino calle. No importa respondió; yo quito la calle y pongo pensiles. Continúo: la supondría siempre muy triste, y de vez en cuando una lágrima asomaba á sus ojos azules, semejando errante gota de rocío que se detiene á descansar en el cáliz de un jacinto.

Los palitroques de los jardinillos trazaban delgadas y negras rayas en él, semejando la proyección de grandes ventanas enrejadas. Allá lejos, enfrente, seguía percibiendo la figura del celoso enamorado, inmóvil, plantado sobre sus piernas abiertas, con las manos en los bolsillos. La de la sufrida doncella no se veía, pero se adivinaba.

Los marineros que salían de madrugada a la pesca, al poner el pie en el muelle veían muchas veces un gran pedazo de cielo azul sobre las casas lejanas del Moral, que se iba extendiendo lentamente hacia los cuatro puntos cardinales, dejando suspensas sobre el horizonte algunas levísimas rayas de niebla de color violeta semejando grandes cejas.

Llevaba puesto un traje casero muy sencillo, blanco, corto, huérfano de adornos y cuyas mangas descubrían los brazos: mostraba el cuello desahogado y libre; el pelo húmedo hacia las sienes, y la tez algo encendida, como azotada por el frescor del agua. La figura se destacó por claro sobre el cortinaje oscuro, semejando personaje de dibujo fantástico.

Por aquí colgaba á guisa de pendón, una pieza de lanilla encarnada; por allí un ceñidor de majo; más allá ostentaba una madeja sus innumerables hilos blancos, semejando los pistilos de gigantesca flor; de lo alto pendía algún camisolín, infantiles trajes de mameluco, cenefas de percal, sartas de pañuelos, refajos y colgaduras.

Las aguas batían suavemente el paredón a sus pies. Con los ojos clavados en ellas seguía distraído su movimiento ondulante. Las algas, sujetas al fondo, se agitaban con el vaivén de las olas semejando la cabellera de un muerto. ¡Qué bien se dormiría allí abajo! ¡Qué paz en aquel fondo transparente! ¡Qué mágica luz arriba!

Al llegar aquí, volvíme casualmente hacia el Duque de Cantarranas: estaba pálido de emoción, una lágrima se asomaba á sus ojos verdes, semejando viajera gota de rocío que se detiene á reposar en el cáliz de una lechuga. Sentíame yo confundido, anonadado ante la pasmosa inventiva, la originalidad, el ingenio de aquella mujer, junto á quien las Safos y Staëlas eran literatas de tres al cuarto.

Allí falta toda vegetacion, porque los vientos de los Alpes asolan el terreno, y apénas se ven, de distancia en distancia, ya algunas ruinas gigantescas de castillos feudales dominando las mas altas eminencias y como inclinadas sobre los abismos, ya algunas pequeñas poblaciones trepadas á la falda de los cerros como para recibir proteccion de esos castillos, y semejando desde léjos cada una un vasto nido de águilas adherido á los picos de las rocas.