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Actualizado: 15 de julio de 2025
Se sintió empujado rudamente por una mujer con uniforme. Era Mary Lewis que corría, abriendo todo el amplio compás de sus piernas, para alcanzar al carruaje. Esta amazona del bien siempre llegaba á tiempo para encontrarse con el dolor. Lubimoff vió como se alejaba poco á poco el vehículo con su orla de gentío.
Este continuo ir y venir acabó por interesar á los comerciantes de la calle y á sus dependientas, muchachas de alto y complicado moño que parecen soñar detrás de los escaparates, esperando un millonario que las saque de su injusta obscuridad. «¡El príncipe Lubimoff!» Todos le conocían, y era tal su fama, que inmediatamente cien ojos buscaron cuál podía ser el objeto de sus paseos.
Una frase que no había recordado nunca cruzó ahora su pensamiento: «El caballero debe ser bueno y no abusar nunca de su fuerza.» Estaba seguro de que su padre le había dicho esto siendo él niño... Pero á continuación, la dualidad que existía en su interior se expresó por medio de otra voz más fuerte é imperiosa, una voz femenina igual á aquella otra que le aconsejaba en su juventud: «Gasta, no te prives de nada, colócate sobre todos; piensa siempre que eres un Lubimoff.» Y vió á la difunta princesa, no de María Estuardo, con su luto teatral, sino dominadora y todavía bella, lo mismo que cuando aterraba con sus cóleras á su esposo «el héroe» y ponía en revolución el palacio de París.
Dentro de unos siglos, las revoluciones y las guerras tal vez sacarán á la superficie este cráneo. ¿Por qué no?... Lubimoff acaba de ver en el frente numerosos cementerios removidos por el cañón, con los muertos emergiendo de la tierra, tal como los levantó el estallido de las granadas... Y cuando alguien, en lo futuro, con la eterna curiosidad del príncipe shakespiriano, tome en su diestra el cráneo de Alicia, no podrá decir si perteneció á una dama ó á una moza de posada, si fué de una beldad ó de una negra...
Me ha preguntado muchas veces por Su Alteza, y al decirle yo que acababa de llegar, me dió á entender que se propone hacerle una visita. Lubimoff contestó con una simple exclamación, quedando luego silencioso. Bien empezamos dijo Castro riendo . ¡Nada de mujeres! E inmediatamente el coronel nos anuncia la visita de una de ellas, y de las más temibles.
Debo privarme de su presencia, y sólo de tarde en tarde encuentra abierta una casa que yo le hice considerar como suya... Por tu culpa, ese muchacho, en el que veía á un hijo, es ahora simplemente un hombre, y yo, su madre, he vuelto á ser una mujer. El rostro de Lubimoff se puso ensombrecido y terroso, como en la tarde del duelo. Iba comprendiendo.
Lubimoff, al serenarse, admiró el gesto pudoroso, la tímida inquietud con que ella decía esto. Resurgió en su recuerdo la mujer del «estudio» de la Avenida del Bosque; hizo memoria de sus audaces teorías. ¿Realmente era la misma?... Mientras bajaban, ella volvió la cabeza para hablarle, como si adivinase sus pensamientos.
Deseamos con mayor anhelo lo que nos es imposible conseguir; hacemos un objeto único de todo lo que está fuera de nuestro alcance. Pero estos razonamientos exasperaron á Lubimoff, hasta hacerlo injusto. Te conozco dijo avanzando en el banco, al mismo tiempo que la miraba de cerca con unos ojos apasionados y agresivos . Sé cómo sois las mujeres: todas vanidosas y vengativas.
Durante unos compases de espera, el primer violín, al mirar á la sala para reconocer á sus entusiastas, descubrió á Lubimoff, participando inmediatamente su sorpresa á los otros solistas. Todos le sonrieron, dedicándole con los ojos lo que surgía de sus instrumentos, y el público acabó por fijarse en este señor medio oculto que poco á poco iba atrayendo las miradas de la orquesta entera.
Miguel Fedor lo trajo á su palacio, y el coronel pareció achicarse en su presencia, con una retractilidad hostil, recordando, sin duda, sus nobles relaciones con personajes de la corte rusa, algunos de ellos antiguos generales de la Policía. El hijo de la princesa Lubimoff conversó muchas veces con el fugitivo.
Palabra del Dia
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