Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 15 de julio de 2025
Creyó que lo que ganaba era de él; se imaginó haber descubierto el secreto mencionado por Novoa y que iba á conseguir aquellas fabulosas ganancias calculadas tantas veces cuando escribía docenas y docenas de ceros sobre un papel. ¡Qué noche! ¡Y no estar allí su amigo el sabio, para que presenciase su triunfo!... Lubimoff su retiró de la mesa.
Hacía cuatro meses que la administración Lubimoff le enviaba carta tras carta, reclamando el pago de su enorme deuda. La última nota del apoderado era amenazante, en vista de su silencio. Anunciaba una acción ejecutiva ante los tribunales. La administración guardaba muchas cartas de ella dando las gracias á la princesa por sus bondades.
Algunos médicos se enfadan; encuentran frívolo esto... Pero lo que yo digo: ya que hemos de morir, muramos con un poco de poesía, rodeados de algo que nos recuerde la belleza de lo que perdemos. Esto no hace mal á nadie. Lubimoff siguió su camino, pero con menos ligereza. Esta amazona de la caridad parecía haber desgarrado el velo rosa que alegraba su visión.
Se dió cuenta Lubimoff repentinamente de que ella, mientras hablaba, se había ido aproximando, de almohadón en almohadón, apoyándose en los codos. Casi estaba á sus pies, con la cabeza en alto, pretendiendo envolverle en el efluvio magnético de su mirada ascendente y fija.
Tenía veintitrés años, era huérfana, y su fortuna la apreciaban como una de las más grandes de Rusia. El primer príncipe Lubimoff, pobre y hermoso cosaco, que no sabía leer, logró llamar la atención de la gran Catalina, figurando á la cabeza de sus amantes de segundo orden.
Al poco tiempo, el discípulo hablaba correctamente el español. Parecía haberlo aprendido con rapidez para burlarse mejor de su hidalgo maestro. El padre contribuía también á la educación del heredero de los Lubimoff con lo único que él podía enseñarle.
El príncipe Lubimoff vuelve á entrar en el Casino. Atraviesa el vestíbulo y el atrio llevando la cabeza alta, pero sin ver á nadie, con la mirada perdida ante sus pasos. Le parece que el tiempo ha vuelto de repente sus agujas atrás, haciéndole saltar en el pasado, volviéndolo á la juventud. Marcha con arrogancia.
El coronel le llamaba «Alteza», como si fuese de una familia reinante y no un simple príncipe ruso. Pero esto era cuando había alguien presente, por una costumbre adquirida en tiempos de la difunta princesa Lubimoff, y para sostener el prestigio del hijo, al que conocía desde niño.
Y el príncipe mostró también cierta precipitación al acompañarle hasta la verja de entrada, con grandes extremos de amistad. Debía volver con frecuencia á Villa-Sirena; era el único amigo fiel. ¡Lastima que se negase á vivir allí, como en otros tiempos!... Al quedar solo, Lubimoff subió á las habitaciones del primer piso. Temía que el coronel adivinase su contento.
Otras personas penetraron en el palacio Lubimoff con toda la confianza del parentesco, á causa de este matrimonio. Un hermano de sir Edwin había tenido que lanzarse por el mundo para ganar su vida, como todos los segundones de las familias británicas.
Palabra del Dia
Otros Mirando