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Actualizado: 15 de junio de 2025
Viaja, no repares en gastos; piensa siempre que eres el príncipe Lubimoff... El coronel irá contigo: será tu ayudante, como lo fué del heroico marqués. Su primer viaje fué á España. Miguel Fedor deseaba conocer la tierra de su padre.
Otras eran de cuchillo, de culatazo, de pedrada, de mordisco, recibidas en los encuentros nocturnos, en las sorpresas, donde los hombres luchaban lo mismo que en los albores de la vida del planeta. El príncipe Lubimoff no podía menos de admirar á este joven, pequeño, moreno, de aspecto insignificante.
Jamás un hombre se ha hecho rico ó célebre solamente por lo que vale. Lubimoff, uno de los grandes ricos del mundo pocos años antes, asintió con movimientos de cabeza á esta afirmación. Hasta los gobiernos cultivan la esperanza pública por medio del azar continuó Castro . Raros son los que no autorizan una lotería.
El príncipe Lubimoff daba una fiesta á bordo, y su buque se dibujaba, desde la línea de flotación hasta los topes, ribeteado de bombillas eléctricas de diversos tonos, mientras los potentes reflectores lanzaban chorros movibles de luz, sacando de las entrañas de la noche las olas, las playas, el caserío de la ciudad.
Tú me dejarás algún día dijo ella con su voz trágica de los grandes momentos . Un príncipe Lubimoff debe vivir en la corte, servir á su emperador, ser oficial de la Guardia; y yo necesito un compañero, un apoyo. Sir Edwin es la distinción personificada; pero no creas que olvido á tu padre. ¡Nunca!... ¡Héroe mío!
Unicamente puedo sentir la dulzura protectora de la maternidad; mi papel de mujer ha terminado: sólo puedo ver un el hombre á un hijo, ¡y tú me privas de este último consuelo! ¡tú te has llevado mi pobre alegría! Lubimoff empezó á comprender. Alicia hablaba de Martínez; y sintió de nuevo la comezón de los celos.
Saludaban al señor mudamente, con ojos de adoración y dulce sonrisa. ¿Este buen mozo era el príncipe Lubimoff, del que tanto se hablaba?... Habían oído su nombre muchas veces en aquella «villa», y las dos le veneraron como un ser providencial, todopoderoso, que podía con un gesto hacer resurgir la perdida abundancia... Miguel no quiso prolongar su visita.
Y se engañan, Miguel; siento la inspiración de la suerte. Vas á ver cómo me levanto con unos cuantos golpes. Es mi secreto. Si te lo digo me abandonará la fortuna....¡Hazme ese favor!... Pide los veinte mil al vejete que está allá mirándonos. No te los puede negar: eres el príncipe Lubimoff.... Si te parece bien, haremos sociedad: partiré contigo mis ganancias.
Debía levantarse en seguida, dando por terminado el juego. Ya era hora. El banquero torció la cara y miró hacia arriba para reconocer la voz prudente que le daba consejos desde lo alto. «¡Ah, Su Alteza!» Acompañó este descubrimiento con una sonrisa de orgullo, satisfecho de que el príncipe Lubimoff hubiese presenciado la hazaña más grande de su vida. Y siguió tallando. Lubimoff se irritó.
En una de sus muchas vidas anteriores había sido una reina desgraciada y hermosa; la mas «romántica» de las reinas. El alma de Nadina Lubimoff, princesa rusa, vivía ya siglos antes en el cuerpo de María Estuardo. Siempre sentí una predilección especial por la historia de la reina infeliz. Ahora me explico cómo al ver á sir Edwin en Londres me enamoré inmediatamente de él de un modo irresistible.
Palabra del Dia
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