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Actualizado: 26 de junio de 2025


Un hombre con alma de artista ha pasado muchos años tallando esas maderas, el tiempo cariñoso ha venido a contemplar su obra, comunicándoles el tinte opaco y lustroso, el aspecto de vetusto que las hace inimitables... ¡para que un cura imbécil y colorista arroje sobre ellas un tarro de añil diluido, encontrado en un rincón de la sacristía!

Debía levantarse en seguida, dando por terminado el juego. Ya era hora. El banquero torció la cara y miró hacia arriba para reconocer la voz prudente que le daba consejos desde lo alto. «¡Ah, Su AltezaAcompañó este descubrimiento con una sonrisa de orgullo, satisfecho de que el príncipe Lubimoff hubiese presenciado la hazaña más grande de su vida. Y siguió tallando. Lubimoff se irritó.

Sobre la mesa se veía un barquito que, sin duda, el torrero estaba tallando con un cortaplumas. Se oyó poco después en el pasillo el ruido de una pierna de palo, y entró el torrero, Juan Urbistondo. Urbistondo era un tipo extraordinario, un viejo lobo de mar.

El chino ligero, que vive de pescado y arroz, hace su casa de tabla y de bambú. El japonés vive tallando el marfil, en sus casas de estera y tabloncillo. Allí se ve donde habitan ahora los pueblos salvajes, el esquimal en su casa redonda de hielo, en su tienda de pieles pintadas el indio norteamericano: pintadas de animales raros y hombres de cara redonda, como los que pintan los niños.

Pero sin pararse a atar otra vez la cinta, echando una mirada de profundo rencor a la chica, salió de la estancia sujetándolas con las manos. ¡Buena la has hecho, buena, buena, buena! exclamó Manín, tallando con primor el bocado que iba a llevar a la boca.

Así como los ojos de Maximiliano miraban con inexplicable simpatía el disco de la noria, su oído estaba preso, por decirlo así, en la continua y siempre igual música de los canteros, tallando con sus escoplos la dura berroqueña. Creeríase que grababan en lápidas inmortales la leyenda que el corazón de un inconsolable poeta les iba dictando letra por letra.

Palideció el pianista al escucharla. ¡Oh, duquesa!... Temblaba y balbuceaba de emoción. ¡El tallando en el Sporting-Club, ante el público elegante de las noches de ópera, manejando miles de francos, con todas las miradas fijas en su persona... Era el coronamiento de una carrera: después de esto, morir.

Como de costumbre, el espléndido inglés reclamó para las preeminencias de banquero, y tallando él con serenidad, apuntando nosotros con zozobra y emoción, le desvalijamos a toda prisa. Sobre todo Amaranta y yo tuvimos una suerte loca. Doña Flora, por el contrario, veía mermados con rapidez sus exiguos capitales y D. Diego se mantuvo en tabla con vaivenes de desgracia y fortuna.

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