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Rafaela, que la había tomado primero por maestra, acabó por tomarla por acompañanta. La sentaba a su mesa, la llevaba consigo a misa, a tiendas y a paseo, ya a pie, ya en coche, y en sus tertulias le encomendaba que sirviese el y que diese conversación a los tertulianos más fastidiosos y ordinarios.

Sin embargo, algunas veces se hablaba del vecino que había perdido una vaca en el monte, y se le compadecía sinceramente, y se le encomendaba á San Antonio bendito para que se la volviese, ó bien de la riqueza improvisada del tío Bernabé, que con sólo treinta años de trabajo constante y ahorro había comprado recientemente el prado de la Laguna en ¡treinta mil reales!, ó bien de la nube de piedra que el año anterior había arrancado toda la flor de los árboles y arrojado un sin fin de plantas de maíz por el suelo.

Pero, en resolución, averiguado está muy bien que él tenía una sola a quien él había hecho señora de su voluntad, a la cual se encomendaba muy a menudo y muy secretamente, porque se preció de secreto caballero. -Luego, si es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado -dijo el caminante-, bien se puede creer que vuestra merced lo es, pues es de la profesión.

Entonces Guillermina, poniéndole una cruz entre las manos, le preguntaba si creía en Dios, si se encomendaba a Dios y a la Santísima Virgen, y a tales y cuales santos del Cielo, y contestaba ella que moviendo la cabeza... El Padre Nones estaba de rodillas, reza que te reza.

Experimentó fuerte sacudida y se volvió con su peculiar viveza. D. Prisco, el párroco de Entralgo, estaba frente á él. Ambos abrieron los brazos á un tiempo y quedaron estrechamente enlazados. Largo rato estuvieron de este modo. El viejo militar sollozaba: el sacerdote le encomendaba silenciosamente á Dios.

No era que le mortificase lo más mínimo en su amor propio: estaba resuelto a padecer por Dios con alegría toda clase de martirios, cuanto más una injuria. Lo que temía era tener que renunciar a una empresa tan noble y gloriosa. Poco a poco llegó a convencerse de que el mismo Dios se la encomendaba especialmente, que ésta era la tarea principal que le había impuesto al enviarlo a Peñascosa.

Octava: toda comedia había de someterse, antes de su representación, al examen de una autoridad creada especialmente con este objeto; á todo espectáculo dramático había de asistir un alcalde, y se encomendaba á las justicias vigilar atentamente á los actores, visitar sus casas y desterrar de su compañía á los vagos que alternaban con ellos, con grande escándalo de la corte; y, finalmente, con arreglo á la novena, se prohibía también la representación de comedias en el domicilio de los particulares, á no ser bajo la inspección especial del Presidente del Consejo de Castilla.

No dejaba santo que no llamaba: acabó de pelarnos; quisímosle jugar sobre prendas, y él tras haberme ganado a seiscientos reales, que era lo que llevaba, y al soldado los ciento dijo que aquello era entretenimiento, y que éramos prójimos; que no había de tratar de otra cosa. "No juren decía ; que a , porque me encomendaba a Dios, me ha sucedido bien."

Por el oficial supo el Conde asimismo que don Braulio no hacía más que un mes que estaba en Madrid; que disfrutaba un sueldo de 3.000 pesetas, menos el descuento; que tenía fama de excelente empleado; que la iba justificando con trabajos que el mismo Ministro le encomendaba; que era un hombre de cuarenta y cinco a cincuenta años de edad, aunque parecía más viejo, porque estaba bastante calvo y muy achacoso; que sólo llevaba tres años de matrimonio; que no tenía hijos; que su mujer, doña Beatriz, y la hermana de su mujer, llamada Inesita, eran de un lugar de la provincia de Córdoba, donde él había estado de Administrador de Rentas; que poco después de la boda le habían trasladado a Sevilla con ascenso; que en Sevilla él y su familia habían vivido muy apartados del trato de las gentes; que ahora vivían en la calle del Olivo, en el piso tercero de una casa cuyo número también le dió, y que eran todos tan hurones, que apenas se trataban en Madrid con alma viviente.

Alborotóse Rocinante con el estruendo del agua y de los golpes, y, sosegándole don Quijote, se fue llegando poco a poco a las casas, encomendándose de todo corazón a su señora, suplicándole que en aquella temerosa jornada y empresa le favoreciese, y de camino se encomendaba también a Dios, que no le olvidase.