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La mujer de Zarandilla puso la mesa, ayudada por las jóvenes serranas, que habían adquirido cierto aplomo al verse en las habitaciones del amo. Además, el señorito, con una franqueza que las enorgullecía, haciéndolas subir a la cara oleadas de sangre, iba de una a otra con la botella y la batea de cañas, obligándolas a que bebiesen.

Eran estos indígenas muy aficionados á la música, la danza, y mas que todo á los festines, donde reinaba el desórden, fomentado por el abuso de las bebidas fermentadas. En tales reuniones la inmoralidad llegaba á tanto, que se brindaban recíprocamente sus mugeres, obligándolas á prestarse ya al uno ya al otro de los concurrentes.

Se limitó a decir algunas palabras corteses a cada una de las dos hermanas, sin acercarse demasiado a ellas, y sobre todo, sin incurrir en la insolente ordinariez, en que ahora incurren con frecuencia los hombres, de alargar la mano a las señoras apenas las conocen, obligándolas a que los desairen o a venir de buenas a primeras a términos de amistosa confianza.

Ya lo hicimos dijo Encarnación mirando al Majito . Apandó los chirimbolos, y cuando el otro venga tendremos la de no te menees». El Majito se dejó ir con grave paso por la calle de Moratines abajo. Era el día ventoso, frío y seco, hijo maldito de la malditísima primavera de Madrid. La cola de las gallinas que andaban por la calle se doblaba también, obligándolas a dar tumbos entre el fango.

Las tiraban del rabo, cogíanlas de las piernas, obligándolas á andar con las patas delanteras, las hacían rodar por los ribazos ó intentaban cabalgarlas colocándose de un salto sobre sus sucios vellones. Y los pobres animales en vano protestaban con tiernos balidos, pues no los oía el pastor, ocupado en relatar con fruición la agonía del último francés matado por él.