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Y no es que eso me fastidie, pero da ganas de abandonarse. Salimos juntos y andando, andando le puse al corriente de los motivos particulares de fastidio y de desaliento que tenía. Mis cartas le habían advertido y el resto lo presumió el día que Magdalena y él se vieron.

Lo que no lograran las lástimas, lo alcanzaron las danzas y saltos caninos, cual presumió Mercado, y todos los vinientes se pararon formando corro, admirando y celebrando los donaires de la alimaña. El estropeado, con algo más de aliento, ya cautivada la atención de su auditorio, proseguía diciendo: Ahora, don Canique, haced la salva por el Rey de Francia y los otros Príncipes de la cristiandad.

Justificado así el trabajo que en discurrir iba a tomarse, el Condesito discurrió lo que en resumen vamos a exponer. Las desconocidas eran sevillanas. No podían ser malagueñas, como presumió aquel ignorante. Confundir a una sevillana con una malagueña es un error tan craso en un galanteador andaluz, que debe saber de mujeres, como en un cazador confundir una codorniz con una tórtola.

Además, se me vino de pronto a la imaginación que su actitud de ahora contrastaba con la que había tomado cuando supo o presumió que yo había venido a Sevilla y entraba en su casa por el amor de su hija, según ésta me había dicho. Por otra parte, la seriedad de mi novia, tan impropia de la ocasión, no anunciaba nada bueno.

Así sería dijo la muchacha si yo, desmintiendo la lealtad de mi carácter, no hubiese en esta ocasión engañado a vuecencia. Don Andrés era un hombre de mucha calma y de bastante mundo. Presumió que la muchacha quería hacerse valer, ir cediendo poco a poco y no declararse, desde luego, vencida.

Allá en mis adentros, allá en lo más hondo y oculto de mi corazón, aún descubría yo rastros del verdadero amor que, por única vez en mi vida y evocado por Juan Maury, había pasado por mi alma, tocándola con sus alas e iluminándola toda. Juan Maury nunca lo supo, ni lo presumió siquiera. Durante el corto tiempo que me poseyó me tuvo por una mujer galante: muy agradable, muy divertida, y nada más.

Poco después ambos se retiraron a sus cuartos. El cura le dijo: Puedes dormir a pierna suelta, Andrés. Yo me encargo de llamarte a la hora. En vez de hacer lo que su tío le encargaba, salió sigilosamente de casa cuando presumió que todos estaban dormidos, y enderezó los pasos hacia el Molino.

Vedle, en efecto, á ese hombre inhumano, á ese implacable perseguidor que en los últimos años de su vida presumió anegar en sangre ortodoxa la valiente hueste evangélica; oidle mas bien, describiendo por su propio labio su existencia de guerrero enamorado y las penas de la ausencia : Tus brazos dejé, alma mia, y al campo acudí veloz como flecha despedida por el arco zumbador.