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Toda la noche se hubiera estado el animalejo mira que te mirarás, con aire de desafío, sin bajar la mirada; «le conocía bien; era muy aragonés. ¡Y cómo se parecía a Ripamilán!». Siguió adelante. Quiso ver la codorniz; pero la salvaje africana se daba de cabezadas, asustada, contra el techo de lienzo de su jaula chata y la dejó tranquilizarse. Ante el reclamo de perdiz quedó extasiado.

En su conversación se dejaba ver esta influencia, porque empleaba frecuentemente la quincalla de figuras retóricas que sus autores favoritos le habían depositado en el cerebro. Su imagen predilecta era el sauce entre los vegetales, y la codorniz entre los vertebrados.

¡Agáchate, agáchate! me dijo el viejo bajándose; al mismo tiempo, a diez pasos de nosotros, una codorniz atemorizada abrió cuanto pudo sus alas y su pico, y tendió el vuelo dando un grito de miedo. un formidable ruido y nos rodeó un polvo de un olor extraño, blanco y caliente, aunque apenas había salido el sol. Estaba yo tan asustado que ya me era imposible correr.

Traerlos cerca estando allí Anita sería una crueldad; no la dejarían dormir la mañana. Pero él ¡con qué deleite hubiera saboreado el primer silbido del tordo, el arrullo voluptuoso de las tórtolas, el monótono ritmo de la codorniz, el chas, chas cacofónico, dulce al cazador, de la perdiz huraña!

Aquí otro, con la librea de los Dávila, soltando la lonja a un azor, le dejaba subir en los aires, para hacerle descender en seguida con presteza, agitando el señuelo en forma de codorniz. Ramiro observó con admiración aquellas aves sanguinarias, aquellos pájaros taciturnos y crueles, pavor de las raleas y únicos dignos de posarse sobre el guante de un rey.

La puerta abriose de pronto, y Pablillos, vestido de viejo traje color de badana, entró de un salto en la cuadra, sosteniendo en sus brazos un cesto de mimbre repleto de alubias, nabos, cebollas, longanizas y uñas de vaca; una codorniz dejaba colgar hacia afuera su cabecita muerta. ¿Cómo hubiste esas provisiones, muchacho? preguntole Ramiro con sequedad, sospechando alguna trapacería.

Pasado el último montón de roca triturada y arcilla, cruzando la última disforme hendidura, ¡cómo abrían sus largas filas para recibirles los hospitalarios árboles! ¡Con qué indefinible alegría los niños, no destetados por completo del pecho de la generosa madre común, se echaron boca abajo sobre su rústico y atezado seno con extrañas caricias, llenando el aire con su risa! y ¡de qué manera doña María, esa persona felinamente desdeñosa y atrincherada siempre en la pureza de su apretada falda, cuello y puños inmaculados, lo olvidó todo y corrió como una codorniz, al frente de su nidada hasta que, saltando, riendo y palpitante, suelta la trenza de cabello castaño, el sombrero colgando del cuello por una cinta, dio de repente en lo más espeso del bosque con el malaventurado Sandy!

LIONEL. ¡No mucho...! ¡Unicamente los ojos...! LINE. ¡Los ojos no tienen importancia...! ¡Con tal de que encuentre un taxi...! ¡Oh, San Antonio de Padua...! ¡, que lo encuentras todo, encuéntrame también un taxi...! LIONEL. ¡Se lo diré a la portera...! LINE. ¡No..., no...! ¡No hay tiempo...! ¡Hasta el lunes, querido mío...! Estudiaremos la «codorniz sobre el canapé».

Justificado así el trabajo que en discurrir iba a tomarse, el Condesito discurrió lo que en resumen vamos a exponer. Las desconocidas eran sevillanas. No podían ser malagueñas, como presumió aquel ignorante. Confundir a una sevillana con una malagueña es un error tan craso en un galanteador andaluz, que debe saber de mujeres, como en un cazador confundir una codorniz con una tórtola.

La casa de la calle de Botoneras, donde comienzan a desarrollarse los sucesos que aquí se narran, tiene planta baja, con encajera a un lado del portal y al otro tienda de pañolería; tres pisos de dos huecos a la fachada cada uno, con recio balconaje verde, revoque de imitación a ladrillo, descolorido por las escurriduras de las lluvias, alero saliente de robustas vigas y bohardillas a la antigua, completando el conjunto ciertos detalles madrileños, como varillas de hierro para las cortinas de lona que en verano se usan, raquíticos tiestos, cestilla pendiente de una cuerda tendida a la vecindad de enfrente para correo de niñas o tercera de novios, y alguna jaula de codorniz o mirlo.