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Si hubiera observado la expresión iracunda y despreciativa que debió presentar mi rostro en aquel instante, tal vez habría un serio conflicto. Por fortuna, yo no le preocupaba a la sazón poco ni mucho. Se puso al lado de la hermana y, con el aplomo cínico que le caracterizaba, trabó conversación con ella. Usted es sevillana, ¿verdad? Para servir a usted.

El conde de Teba era mozo galán y de carácter un tanto ligero, poco dado á meditar sus actos, y esto vino á traerle más de un lance como el que le ocurrió en 1614 con don Rodrigo Ortiz de Zárate, caballero de los más significados de la nobleza sevillana.

Téngalo usted muy en cuenta y dígame qué tiempo se necesita para darle por la mar... porque ha de ser por la mar el paseo de hoy, o no me embarco. Pues por la mar será si usted quiere respondió Leto, hechizado ante el aire resuelto de la animosa sevillana , y podemos estar de vuelta antes del mediodía. Corriente repuso Nieves después de meditar unos instantes, con el entrecejo fruncido.

El fuego que ardía en el pecho del poeta Ibn-Hazm no se había extinguido: yo lo sentía en el mío. Los hermosos ojos aterciopelados de mi graciosa sevillana valían, por lo menos, tanto como los de su bella cordobesa.

Muchos, muchísimos detalles dio Leto a Nieves, llamando a cada cosa con su nombre técnico, porque así lo quería la animosa sevillana. Cuando ya no tuvo nada que explicarla sobre cubierta, la dijo: Vamos ahora, si usted quiere, a ver la cámara. A la cámara se entraba por el pozo, en cuyo lado de hacia proa estaba la puerta, de dos hojas, con un cuartel de corredera.

Enardecido con el fuego de todas estas reflexiones que le pasaron en un instante por el magín, respondió con gran energía a lo dicho por la sevillana: No hay dibujo que valga, Nieves, mientras no quede orillado el punto del clavel que se le cayó a usted de la boca... Hablemos de eso un instante.

Bien le había parecido la noche antes la sevillana en la penumbra mal oliente del Casino, con el sombrerito de paja y la túnica de color de barquillo; pero ¡cuidado si tenía que ver en plena luz meridiana, vestida de obscuro y con la cara monísima encuadrada en los pliegues graciosos de su mantilla de pura casta andaluza!

La pregunta estaba hecha para turbarla, y merced a su turbación averiguar algo de lo que acaecía en su espíritu. Pero yo no había estado en Andalucía, ni tenía idea de lo que es una sevillana. ¿Y a usted qué le importa? me contestó sin alterarse poco ni mucho, mirándome con expresión maliciosa a los ojos. El que se turbó fui yo, y no poco.

Con tales desarreglos se pierde el estómago, y eso en la vejez es llamar a la muerte. ¡Jesús, hombre! No te incomodes por eso.... Niñas, basta de música. A comer. La graciosa sevillana paró en seco, y las dos niñas abandonaron el salón seguidas del tío, que se detuvo en la puerta del comedor sonriendo al ver el aspecto de la mesa. Manuela, por lo que se ve, esto promete.

Año del Señor 1524Estas eran las inscripciones edificantes que existían en los muros de la Inquisición sevillana, que conviene ser recordadas como muestras de los buenos tiempos.