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Nuestra ciencia metódica, dividida en multitud de ciencias que entre se enlazan, fundada en un inmenso cúmulo de hechos que la observación y la experiencia han ido suministrando, cuyo ser y valer estriban en el más severo encadenamiento dialéctico, y cuya vida y organización dependen de la rigorosa precisión de la definición, del lenguaje técnico, de una árida y enojosa clasificación, y de una nomenclatura tan útil como arrastrada y prosaica, se oponían y se oponen a la pretensión de tales poetas.

Imaginando que así debe hacerse en un trabajo de vulgarización, me he abstenido casi por completo de análisis y consideraciones de carácter técnico; procurando, no la explicación de cómo pintaba, sino el reflejo de la impresión que producen sus obras. Vago recuerdo de ellas será lo poco bueno, si hay algo, que contengan estas humildes páginas.

Yo quiero conceder que en todo, hasta en las bellas letras, hay progreso, en lo que pudiéramos llamar técnico o del oficio, pero, no bien lo reconozco, cuando reconozco igualmente que lo técnico y progresivo de la literatura, apenas tiene importancia, comparado con lo esencial de ella, en que no cabe progreso.

Eso mismo lo hará abominar de todo el pasado hispano-colonial, sintiendo por él un santo horror, a igual de otros grandes pensadores nuestros: Sarmiento y Alberdi; pasado que ha moldeado ese tipo de individuos y de sociedades, resignados hasta el fatalismo, supersticiosos, fanáticos y perezosos, como una consecuencia del pésimo régimen político, del feudalismo de la tierra unido al detestable régimen económico y, sobre todo, como un producto de la morfina absorbida por siglos de cristianismo que en su afán de cultivar el alma para la otra vida ha descuidado ésta "flaca vida terrenal", formando así sociedades reacias a la higiene, a la cultura y al trabajo, poco aptas para la civilización y el progreso técnico.

La bodega de embarque contenía cuatro mil botas de distintos vinos para las combinaciones. En un cuarto lóbrego, sin otra luz que un ventanillo cerrado por un vidrio rojo, estaba la cámara oscura. Allí el técnico examinaba, al través del rayo luminoso, la copa de vino del barril recién abierto.

Don Ramón, el jefe del escritorio, recordando sus antiguas aficiones, comparaba la bodega de embarque con la paleta de un pintor. Los vinos eran colores sueltos: pero llegaba el técnico, el encargado de las combinaciones, y cogiendo un poco de aquí y otro de allá, creaba el Madera, el Oporto, el Marsala, todos los vinos del mundo, imitados con arreglo a la petición del comprador.

En ese carácter publicó su famosa Galería de ladrones de la capital, en 2 gruesos volúmenes, colección de fotografías policiales comentadas con perspicacia; aunque esa obra tenía un carácter puramente técnico, Alvarez demostraba en las más nimias acotaciones esa extraordinaria agudeza de ingenio que más tarde floreció en sus leidísimos cuentos y en su inextinguible pasión de conversar.

Ha quebrado el juego. Mire usted mi cartón... En realidad, lo único que ha quebrado es la línea. Todo el mundo pierde, excepto el viejecito y un señor que había puesto 1.000 pesetas a negro. ¡Por no saber jugar! murmura un técnico, en discusión con otro jugador . Ese señor ha ganado, ¿y qué? ¿Es que demuestra algo el que haya ganado ese señor?

En el momento que vamos a permitir a nuestros lectores que entren en el pabellón, don Salvador y Juanito se hallaban haciendo lo que en el lenguaje técnico de los gimnasios se llaman poleas, ejercicio que desarrolla los músculos de los brazos, ensancha el pecho y abre el apetito.

¡Era demasiado! ¡No, por Cristo, aunque pasara lo de «jettatore», yo no podía dejar pasar lo de no ser caballero!... Así fue que en el mismo día puse, con mi nombre y mi dirección, un aviso en dos importantes diarios: «Se necesita un profesor de bridge. Es inútil presentarse si no se posee especial competencia, demostrada en algún diploma técnico o universitario.