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Numerosa hueste enemiga había sorprendido y muerto a los descuidados y dormidos atalayas, había invadido la selva y había cercado por todas partes el edificio. A la luz del alba naciente, miró Morsamor por las ventanas en varias direcciones, y por donde quiera vio guerreros indios capitaneados sin duda por Balarán, el Brahmatma. No había medio de huir.

Con ímpetu irresistible se lanzó Morsamor contra Balarán, yendo a su lado Tomás Cardoso y otros ocho valientes, que arrollaban o derribaban cuanto obstáculo se les oponía. Así llegó Morsamor hasta donde se alzaba Balarán con la sangrienta daga en la diestra y tomó rápida venganza, atravesándole el cuerpo con su espada. La gente de Morsamor le defendía a un lado y a otro, rechazando a los indios.

Tiburcio cabalgaba al lado de Morsamor y se lo explicó todo. Aquellos hombres eran los mongoles. Babur, su monarca, apaciguados ya sus vastos dominios, había caído como el rayo sobre la India. Acababa de reconquistar a Lahor y se había apoderado luego de Delhí y de Benarés, la ciudad santa, donde le habían dicho que Balarán se había declarado Brahmatma.

En aquel punto apareció Morsamor donde Urbási pugnaba por que Balarán no se la llevase consigo. ¡Sálvame, Morsamor! dijo al verle . ¡Amor mío, libértame de este aborrecido tirano! El corazón del Brahmatma ardió en celosa ira, al ver a su rival y al oír las amorosas palabras con que Urbási le llamaba.

En aquella misma noche, sin demora ni reposo, a fin de sustraerse a la celosa furia, a la venganza y al poder de Balarán, Morsamor y Urbási, depuestas las galas y en traje de camino emprendieron un largo viaje. Muchos días, fugitivo de Balarán, caminó Morsamor con su dulce compañera.

En su ciego arrebato, desnudó Balarán la daga que llevaba en el cinto y se la hundió a Urbási en el seno, causándole instantánea muerte. Atónitos, estupefactos quedaron los de uno y otro bando, al ver caer a Urbási desplomada en el suelo.

No encontró allí a Balarán y salió en su busca, a fin de vencerle y de vencer su ejército. Internado Balarán en la selva, Babur hubiera tardado en encontrarle o no le hubiera encontrado, si Tiburcio, acertando a presentarse ante él, no se hubiera ofrecido a servirle y no le hubiera servido de guía.

La abrió, sin temer el diluvio de flechas que le dispararon; alzó a Balarán en sus brazos para que los de su bando le vieran, y en seguida, con titánica fuerza, arrojo por el aire el cuerpo inerte, que dio tremendo golpe en el despejado o en el claro abierto por la gente de guerra al apartarse horrorizada.

En los primeros instantes que a la venganza de Morsamor se siguieron, parecía que Morsamor iba a triunfar por raro prodigio de su feroz valentía. Los que habían entrado en el edificio con Balarán huyeron al verle muerto. Volvió a cerrarse la puerta por donde habían entrado.

Nada a pesar de mi empeño hubiéramos hecho todavía, si un imprevisto suceso no hubiera reanimado el espíritu reacio de Balarán, atizando su ambición con la ira y los celos y prestándole actividad y arrojo. La bella Urbási, a quien Balarán pretendía y adoraba rendido, desapareció de su magnífica vivienda; fue víctima de misterioso rapto.