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26 El que me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Al que me sirviere, mi Padre le honrará. 27 Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? Padre, sálvame de esta hora; mas por esto he venido en esta hora. 28 Padre, clarifica tu Nombre. Entonces vino una voz del cielo: Y lo he clarificado, y lo clarificaré otra vez.

En aquel punto apareció Morsamor donde Urbási pugnaba por que Balarán no se la llevase consigo. ¡Sálvame, Morsamor! dijo al verle . ¡Amor mío, libértame de este aborrecido tirano! El corazón del Brahmatma ardió en celosa ira, al ver a su rival y al oír las amorosas palabras con que Urbási le llamaba.

Con el coraje que cualquiera puede suponer me lancé a ellos, diciendo en voz alta, casi a gritos: ¡Alto! ¿Adonde llevan ustedes a esa señorita? ¡Seferino, sálvame! gritó Gloria, tratando de acercarse a y siendo retenida fuertemente de un brazo por don Manuel. ¿Y a usted qué le importa? dijo éste con mirada y actitud agresivas, pero en voz baja.

Mi memoria no ha conservado de ello sino un recuerdo confuso. Me acuerdo que de repente lancé un grito que hizo estremecer a la misma Marta, que me arrojé junto a su cama y que, apoderándome de sus manos ardientes, grité en un aliento: ¡Sálvame, sálvame, despiértate!

De hoy más, ¡te lo juro por la memoria de mis padres! viviré para ti, sólo para . ¿Qué haré si me faltas , si me niegas tu cariño? ¿Qué haré abatido y postrado por el dolor si no tengo el consuelo de tus palabras? Eres buena, muy buena, eres un ángel.... Yo quiero ser bueno como . Sálvame, Angelina.

Los fogonazos se sucedían sin interrupción; un segundo contrabandista cayó, y se oían ya las voces de mando de los aduaneros. El espanto del fraile había llegado al límite; se arrastró hasta la orilla del mar, y allí, arrodillado en el agua, gritó al gitano con el acento del más profundo terror. ¡Sálvame, sálvame! ¡Y el fraile lloraba!

, era ella, que le había reconocido el día anterior mucho antes de que él la mirase, formando inmediatamente el propósito de venir en busca suya. Podía pegarle, como la última vez que se vieron; estaba dispuesta á sufrirlo todo... ¡pero con él! Sálvame, Ulises; llévame contigo... Te lo pido más angustiosamente que en Barcelona. ¿Cómo estás aquí?...

Y olvidó su cervato, su ballesta y su roto caftan de sangre rojo, y Leila, ansiosa, de terror traspuesta, ¡Que él se salve! exclamó ¡yo estoy dispuesta! ¡Sálvame , Señor, que á me acojo! Á poco, fiero se mete sobre un caballo lanzado á rienda suelta, en el prado, un fatídico jinete. Deshecho su capellar, al aire en desórden flota; y de su roja marlota el recrujiente ondear;

Conozco bien tu alma, y al verme en peligro acudo á ella. ¡Sálvame! ¡llévame contigo!... Como estaba de pie frente á él, le bastó levantar las manos para colocarlas sobre sus hombros, iniciando el principio de un abrazo. Ferragut permaneció insensible á la caricia. Su inmovilidad repelía estas súplicas.

Alargando el hocico hacia la derecha, veía asomar por la portezuela uno de los brazos de la dama sacrificada al vil metal. Aquel brazo rígido y aquel puño de rosa hablaban enérgico lenguaje á la imaginación de Migajas, que en medio del estrépito de las ruedas oía estas palabras: ¡Sálvame, Pacorrito mío, sálvame!