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Aunque por un refinamiento de hombre gastado le placiesen para queridas las mujeres de genio vivo y hasta un poco agresivas, los arranques de la hija del sillero rebasaban ya los límites de lo tolerable. No era posible continuar. Sus planes sabios corrían peligro de hundirse para siempre con aquella chiquilla violenta y caprichosa.

En fuerza de imaginar luctuosas peripecias, el pecho se le colmaba de impulsos vehementes, a manera de necesidad perentoria de acción, y acción cruel. Era menester que se libertase de aquellas ansias agresivas, que cada día le hostigaban con redoblada tenacidad, o, de lo contrario, perdería en una mala hora la cabeza y haría una barbaridad.

Desde su rincón, donde estaba como un oso aletargado, dirigíale miradas torvas, agresivas. ¿Qué había pasado en casa de Estrada-Rosa cuando el indiano fue a ella en demanda de la mano de la señorita?

Después recordó todos sus razonamientos y sus recriminaciones, asombrándose del poco efecto que causaban en ella. Era indudablemente otra mujer. Alguien la había cambiado; alguien era el culpable de esta absurda situación. Gran parte de aquella noche la pasó reflexionando. No se le ocurría censurar á Alicia. Hasta se arrepintió de sus palabras agresivas. ¡Infeliz!

Cuando iba á la capital, pasaba inadvertido por su aspecto rústico, con las mismas polainas que usaba en el campo, el poncho arrollado como una bufanda y asomando sobre éste las puntas agresivas de una corbata, adorno de tormento impuesto por las hijas, que en vano arreglaban con manos amorosas para que guardase cierta regularidad.

Algunas veces, por frases que se le escapaban, daba a entender que no quería bien al clero, mas nunca salían de sus labios improperios ni frases agresivas; y si alguien las pronunciaba en su presencia, no sólo se abstenía de hacerle coro, sino que procuraba torcer el giro de la conversación.

La actitud de la familia cambió de pronto. Maltrana permaneció en su cuarto, sin que le llamasen. Los parientes registraban e inventariaban por su propia cuenta, olvidados de él. Cuando le veían, su mirada era dura, sus palabras agresivas, como si quisieran vengarse de una vez de la adulación con que le trataron antes, del miedo que les había inspirado.

Y cuando estaba solo, numerosas visitas, todas de mujeres, unas preguntonas y agresivas, otras melancólicas, con aire de abandono, venían á interrumpirle en su reflexivo entretenimiento. Una de éstas aterraba con su insistencia á los habitantes del estudio.

Ahuyentaría o ignoraría los espectros recónditos, que, de vez en cuando, se entrometen a perturbar el buen concierto de las potencias del alma y anublar la cálida luz del corazón; esos espectros que, aunque ofuscaciones de la imaginación, se proyectan sobre el mundo exterior en forma de figuras odiosas y agresivas, como si de veras existiesen en carne y hueso, y son sólo alucinaciones.

Y mientras decía esto, por no estar inactivo, cogía de un telar la cazuela llena de granos, lanzando con voz de falsete un ¡pul! ¡pul...! interminable, y arrojaba puñados al suelo, arremolinándose en torno de él las gallinas y palomos, escandalosas, agresivas, disputándose aquel maná con furiosos picotazos.